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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

Aquí cabemos todos.

Veo a diario el efecto que produce los «bicicarriles» entre conductores, ciclistas y patinetes. En concreto, yo diría que hay división de opiniones: unos se acuerdan de su madre y otros de su padre. Raro es el día en que no discutan, se piten unos y otros o hagan aspavientos. Todo ello, aderezado con continuos atascos, situaciones de peligro y mal humor constante. Entiendo que cualquier plan de movilidad para nuestra ciudad debe estar basado en dos principios fundamentales. El primero, sin duda, que a la fuerza tienen convivir las distintas formas de moverse dentro de la ciudad. Es decir, no se puede pretender eliminar una opción en favor de otra. Dicho de otra manera: no se puede demonizar al coche y creer que una urbe donde solo se transita en bicicleta o patinete eléctrico es la ideal. De hecho, todos los planes conocidos siempre han querido eliminar al vehículo particular y ninguno lo ha conseguido. Por más que se intentó, el coche sigue siendo parte importante de las ciudades. Entre otras cosas, porque se usa. Esto es, a unos les sirve para una cosa y a otros para otra. A algunos como medio de trabajo, o para ir al médico, o porque les ofrece una vida más cómoda. ¿Hay acaso algo malo en ello?

La segunda condición, a mi juicio, debe ser la persuasión en lugar de la imposición. O sea, los individuos no cambian sus hábitos de movilidad porque se esté todo el día prohibiendo cosas (caso de Gijón), sino porque les seduzca la oferta (como en otros lugares). Al final, la decisión de utilizar un medio de transporte colectivo se toma porque tiene alguna ventaja. Ojo, no sólo hablo de que sea más barato, experiencia que ya se intentó en otras ciudades y resultó un fracaso. Digo más, desde que en nuestra ciudad se ha bajado el precio del billete del autobús, no ha crecido el número de viajeros y el déficit de Emtusa anda por el infinito. Hablo de que sus líneas sean regulares, tengan en cuenta el tiempo de los trayectos para no hacerlos eternos o sus paradas estén en consonancia con el movimiento de la gente. Si damos la opción de un transporte que satisfaga necesidades, los ciudadanos cambiarán de hábitos sin tener que obligarles. Cosa, repito, que en Gijón no se está produciendo. Ni se respeta al coche haciéndole cada día la vida más complicada, ni se seduce a los gijoneses para que los modifiquen. Resumiendo: al final, igual que en la canción de Víctor Manuel, aquí cabemos todos o no cabe ni Dios.

@balbuenajm

Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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