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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

Adiós, industria, adiós.

Concentrados en la lucha contra la pandemia, estamos dejando de lado cuestiones muy importantes. Más concretamente, que nos quedamos sin industria. En Gijón la actividad fabril va a menos, hecho que el coronavirus y la transición ecológica están acelerando. En El Musel, tenemos una regasificadora que no vale para nada: lleva parada desde 2013. Se dijo que formaría parte de un polo energético que iba ser referente del norte. Sin embargo, lo cierto es que hasta ahora sólo ha sido utilizada para visitas escolares. Los 360 millones de euros gastados esperan tener algún fin. En un principio, se habló de que se conectaría con la red nacional de gas para suministro de los hogares, luego que iba a servir para el repostaje de barcos y ahora que sus tanques pueden almacenar hidrógeno verde. Combustible limpio, dicen, que va a tener un gran futuro. En definitiva, no saben qué hacer con ella. El propio puerto está sufriendo las consecuencias de esta descarbonización acelerada. Cerradas las centrales térmicas sus tráficos caen por doquier y las cuentas se resienten. Duro Felguera, empresa emblemática de esta ciudad, está pasando por momentos muy delicados. De hecho, espera que el Gobierno la rescate a través de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI). Su viabilidad está más que en el aire y con ella la instalación del «tallerón» en el Natahoyo. Sin duda, una pérdida irreparable en el caso de que no se encuentre una solución.

Arcelor-Mittal está llevando a cabo cambios importantes. Todos ellos, en el sentido de reducir su capacidad. Ha bajado de los 5.000 empleos en el Principado y fía su futuro a un ajuste aún mayor de la plantilla. Los frentes son múltiples. A la caída de la demanda por la crisis económica, se une la falta desde instancias gubernamentales de un estatuto electrointensivo y los altos costes de los derechos de emisión en la Unión Europea. A esto, y por si fuera poco, se suma la competencia del acero de terceros países que no tienen restricciones medioambientales. Resultado: es muy probable que la siderúrgica acabe siendo una empresa transformadora. Es decir, no produzca, sino que se dedique a moldear lo que viene de otros países (o fábricas de la multinacional). Con lo cual, los dos hornos altos de nuestro paraíso natural dejarían de tener sentido. Como ven, no son precisamente buenas noticias. Nota: tampoco me quiero olvidar de la situación en Vauste (antigua Tenneco).

@balbuenajm

Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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