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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

El artilugio.

El Muro se ha convertido en un espacio de experimentación. Algo así como una especie de Laboral Centro de Arte, pero en cutre. Un buen día, en plena desescalada de la pandemia y cuando fuimos recuperando la movilidad, nos encontramos con el famoso «cascayu». Ya saben, ese mosaico de colorines que pintó en la calzada nuestro Ayuntamiento después del cierre de los carriles al tráfico. Luego vino la sorpresa de ver unos bancos colocados en mitad de la nada. Es decir, completamente alejados de lo que la gente busca al pasear por San Lorenzo: la playa. De hecho, casi siempre se encuentran vacíos, mientras que los de primera fila con vistas al mar están llenos. Esta semana, a este museo de los horrores que poco a poco va creciendo, se le ha añadido una nueva pieza en forma de mobiliario de madera que no sabemos todavía qué pinta ahí. Vamos, que le pega al paseo lo mismo que al Papa dos pistolas. Dicen los responsables de Parques y Jardines (donde se creó el artilugio) que la idea es «una experiencia piloto para humanizar espacios peatonalizados». No sé, cualquier día vemos como nos colocan otro de estos bodrios -igual una barbacoa para completar el área de descanso- y se quedan tan panchos.

Conclusión: se le ha perdido el respeto a San Lorenzo. Tal parece que se quiere destruir la imagen del emblema de Gijón y por lo que somos conocidos. Un lugar, sin duda, que debe combinar tradición y diseño a partes iguales. Esto es, no puede concebirse como un sitio donde experimentar nuevas sensaciones (por cierto, todas malas). Hay que pensarlo mucho cuando se introduce algún elemento nuevo para no degradar más de un siglo de historia. Dicho en otras palabras: no cabe un invento copiado del catálogo de Ikea. Sin embargo, desde instancias municipales están funcionando con la filosofía contraria: considerar al Muro como un cajón de sastre. Ahí van a parar las ideas más peregrinas que en cualquier otro lado rechazarían. ¿Pondrían en La Concha de San Sebastián -otra playa emblemática del norte- unos vulgares cajones de madera en mitad del paseo? Yo creo que no. Tienen bastante más respeto por lo suyo. A este paso, la verdad, no sería de extrañar ver nuestras seculares barandillas pintadas de verde fosforito, o que se cambiasen las icónicas farolas porque no son sostenibles. En resumen, si la cuestión va a ser rellenar los carriles que antes conectaban a nuestra ciudad de este a oeste, podemos encontrarnos con cualquier cosa.

@balbuenajm

Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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