El mundo de los toros se divide en tres clases. Por un lado, quienes ven en una corrida algo místico. Esto es, una especie de magia espiritual entre animal, hombre con espada y una muleta de por medio. Son los aficionados que abogan por el mantenimiento e incluso potenciación de lo que llaman la Fiesta Nacional. Por otro, quienes ven en la tauromaquia algo cruel, desfasado y que se debería erradicar. Es más, dicen que existe un maltrato animal evidente y piden su abolición desde el Congreso de los Diputados. Son los antitaurinos que se manifiestan ante las plazas. Ahora bien, existe un tercer tipo. Aquellos que no les gusta el toreo -ni jamás irían a una corrida- pero que tampoco quieren que se impida su celebración por la puerta de atrás. Esto es, mediante subterfugios que traten de evitar la legalidad vigente. Recuerden: en la actualidad, los espectáculos taurinos no están prohibidos en España. Sin duda, son con quienes me identifico. Entre otras cosas, porque me cuesta cercenar la libertad individual. O sea, que cada cual elija ir o no a un evento cualquiera. Sería, pues, la afición a los toros quien determine con su asistencia si se celebran las corridas. Esta semana fue muy taurina en Gijón. Sobre todo, porque después de que se acabase con una tradición que cumple 135 años de un plumazo (a eso me refería cuando se hace por la puerta de atrás), la Feria de Begoña ha vuelto con fuerza. El equipo de gobierno municipal se ha afanado en ponerla en marcha, pese a la escasez de tiempo. Serán cuatro días a medidos de agosto donde volverá la actividad al coso gijonés. Esperemos que esa misma fuerza se utilice también para revitalizar a El Bibio. A la postre, que se fomente su reforma y uso para otro tipo de actividades compatibles con su catalogación como Bien de Interés Cultural. Nuestra plaza tiene que servir para algo más que sangre y arena.
@balbuenajm