Normalmente, los domingos siempre se sumergen en la rutina. Pasan, digámoslo así, sin mayor pena ni gloria. Sin embargo, una noticia puede cambiar por completo esa languidez del día festivo. Es el caso de este pasado. Saber que el director de este periódico, Marcelino Gutiérrez, había fallecido representó un dolor inmenso para todos aquellos que le conocimos. De hecho, ni siquiera queríamos creer que algo así puede suceder, por inesperado y cruel en una persona tan joven. Fue como si la peor de las pesadillas tornase en realidad. Marcelino era discreto. Poco dado a darle un tono exagerado a su voz, pero con las palabras justas para hacerse entender. En cualquier conversación uno se daba cuenta de que sus ideas eran claras y concisas. Nada de fuegos de artificio. Marce, como le llamaban en la redacción, iba al grano con sus planteamientos. Además, tenía esos dones que otorgan grandeza: la humildad y el compañerismo. Nunca se otorgaba ningún mérito, aunque, como habrán podido leer de quienes trabajaron codo a codo con él, los tenía y muchos. También debemos destacar su capacidad de trabajo. Infatigable y detallista para que cada día saliese la edición perfecta. Un trabajo, digo, artesano que le hacía pasar muchas horas buscando el titular perfecto. Esa portada única que sus lectores pudiesen disfrutar al día siguiente. De carácter tímido era poco amigo de las fiestas y en su filosofía de vida dejaba para otros el protagonismo. En más de una ocasión, esa parte de su cargo que exige ser relaciones públicas, se le volvía un poco cuesta arriba. Ahora bien, nunca dejó de estar donde debía. Jamás faltó allí donde tuviese que ir en representación de EL COMERCIO. Hablamos, pues, de que se ha acabado de forma súbita una historia de amor hacia la profesión periodística y esta ciudad. De lo primero, dan buena fe todos los testimonios que habrán podido leer o escuchar. De lo segundo, el que su periódico es un referente para todos los gijoneses. Hasta siempre, Marcelino.
@balbuenajm