A estas alturas, Pilar Fernández Pardo, ya se habrá dado cuenta de lo miserable que es la política. Quienes antes la trataban como una especie de diosa -«Qué lista es mi jefa», me llegó a decir un miembro de su equipo- ahora le han dado la espalda. Pardo estaba convencida de que tenía la suficiente fuerza para combatir la gestora impuesta desde la dirección regional, y por eso en un principio se postulaba para luchar por la democracia interna. Las redes sociales bullían, los ánimos le sobraban y todos la jaleaban para pelear como si fuese Agustina de Aragón; pero en el fondo estaba sola. Nadie pensaba seguir su camino. Los apoyos, poco a poco, se fueron diluyendo como azúcar en el café. Incluso dentro del propio grupo municipal -la base principal para afrontar el órdago que lanzó- se producían sensibles disensiones. Unos porque se iban para casa (caso de dos concejales), otros porque se arrimaban al nuevo poder establecido (caso de otros dos). El caso es que Pilar Fernández Pardo presentó ayer su dimisión en medio del Pleno. Mercedes Fernández tiene ahora el campo libre para redefinir el partido y su estrategia en Gijón. Sólo decirle una cosa: Cherines, el centro-derecha pide a gritos ser normal.