Ya lo habíamos advertido desde esta misma tribuna: la decisión del Partido Popular de incluir alcaldes de relumbrón en sus listas era una mala estrategia. Se trataba, en definitiva, de desvestir un santo para, como se ha visto, no vestir ningún otro. Estas elecciones, más que nunca, fueron las de Rajoy y Zapatero, por tanto, lo demás, es decir, buscar a conocidos candidatos locales que intentasen tener tirón electoral, sobraba. En el caso de De Lorenzo sólo con verle la cara cuando compareció cerca de la media noche del domingo, se intuía que algo iba a pasar. Y pasó tal día como hoy renunciando a su acta diputado. Creo, sinceramente, que Gabino se equivocó en varios frentes a la hora de afrontar estas generales. El primero, considerarlas casi como unas municipales ovetenses, donde, lógicamente, están más acostumbrados a su particular manera de plantear los comicios. El segundo, improvisar día a día la estrategia de campaña hasta acabar, candidato y electores, totalmente enredados en discursos contradictorios que nada aportaban. Por ejemplo. Pidió que el AVE llegase en un tiempo récord desde Madrid, pero, a la vez, y como si fuese un tranvía, que tuviese continuidad hasta el aeropuerto. Incluyó el sorprende tema de la oficialidad del asturiano sin imposiciones (curiosa fórmula, por cierto), cuando, hace bien poco, hemos tenido unas autonómicas para discutir del tema. Y por último, no supo centrarse en lo que de verdad le estaba haciendo daño: la acusación manifiesta de su localismo en perjuicio de otras ciudades asturianas que una y otra vez repetían sus enemigos políticos. Resultado: 28.000 votos menos que los socialistas y una sensación de vacío aplastante dentro del partido. Ahora, el PP, afrontará un congreso más huérfano que nunca, pues, a corto plazo, no se ve un líder que saque al partido de este impasse. La operación Gabino y su consiguiente efecto ha muerto. Fin.