Hace poco un exdirectivo de la antigua caja me comentaba que no la reconocía. La entidad donde había trabajado durante toda su vida, ya no se parece en nada al actual banco que rige sus destinos. Sensación, por cierto, que podemos compartir muchos otros clientes que hemos visto esta evolución. De ser una caja cercana, con un modelo de negocio próximo al pequeño y mediano empresario asturiano; ha pasado a formar parte de un engendro llamado Liberbank sin alma. Con una sensación, digámoslo así, de banco en apuros para cumplir los requisitos de capitalización –ojo, 1.198 millones de euros- que le impuso el Gobierno. Siempre habíamos entendido –y se comentaba hasta la saciedad- que la Caja tenía una economía saneada. Sin embargo, algo se ha hecho mal a la hora de abordar las fusiones. O bien se eligieron mal los compañeros de viaje (Caja Extramadura y Caja Cantabria), o bien la adquisición de la quebrada Caja Castilla La Mancha le ha sentado como un tiro. No sé, pero Liberbank ha tenido que transferir al llamado «banco malo» la astronómica cantidad de 5.982 millones de euros en activos. Eso le ha llevado, junto a la correspondiente dotación de provisiones para el saneamiento, a registrar unas pérdidas netas de 1.622 millones. Cifras, claro está, que para nada cuadran con el estatus que Cajastur tenía antes de la crisis. Aquí tal parece que hemos desvestido un santo para vestir otro. Disfrutábamos de un Cajastur saneado y pasamos a un Liberbank que necesita sacar dinero de debajo de las piedras.
Tal es así, fíjense, que en el folleto de su salida a bolsa sucede una cosa curiosa. La Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) le ha obligado a informar de que puede haber un desplome en la cotización. Es decir, que los inversores pueden experimentar lo mismo que pasó en Bankia: sus accionistas han perdido más del 75% desde su salida a bolsa. Negocio ruinoso para quienes tienen que canjear preferentes o deuda subordinada por acciones, y paupérrima imagen de la entidad que en su día fue el motor financiero de Asturias.