Durante los años 2008 y 2009 la situación de los inversores era confusa. Estaba claro, porque la crisis inmobiliaria había estallado tras el verano de 2007, que comprar una vivienda ya no era rentable. Pese a que los precios todavía habían bajado tímidamente, se veía que el mercado iba agotándose. Existía, en definitiva, mucha más oferta que demanda y era cuestión de tiempo (poco) que el ajuste se produjese. Por otra parte, la bolsa se encontraba en un proceso de «dientes de sierra» que para nada garantizaba estabilidad. Más bien, pese a que el IBEX venía de alcanzar un máximo de 12.000 puntos, su caída era inminente. Asimismo, los depósitos a plazo remuneraban poco más que una cuenta corriente. El desconcierto, pues entre quienes tenían dinero y querían sacarle rentabilidad era evidente. En este contexto, nacen lo que se llama productos híbridos: las preferentes y deuda subordinada. Concebidos de forma golosa, como el caramelo que nadie puede perderse; prometían rentabilidades muy superiores a cualquier otro producto (hasta el 15%). Eso sí, no eran líquidos ni estaban garantizados. Es decir, no tenían mecanismos de devolución del capital invertido –salvo su venta en el mercado secundario- ni estaban garantizados por el Fondo de Garantía de Depósitos. Si preguntabas al banco de turno te decían que ellos te buscarían comprador, pero luego esto no era verdad. Nadie, a medida que iba avanzando su comercialización, quería meterse en semejante agujero.
El problema vino cuando el «mejor sistema financiero del mundo» (Zapatero dixit) reventó. Ahí hubo que tirar de todo tipo de ayudas –nacionales y europeas- dándose cuenta de la dimensión del problema. Se habían vendido alrededor de 8.000 millones de euros en estos productos de alto riesgo, afectando aproximadamente a 300.000 personas. Ahorradores, en la mayoría de los casos, que pensaban que habían suscrito un plazo fijo porque así se lo informaron. La solución, ni la podían dar unos bancos quebrados, ni las ayudas europeas porque se negaban en redondo a financiar semejante dislate. El inversor, por tanto, quedaba a albur de una quita en lo invertido para compensar. O sea, lo que se ha hecho. En el caso de Bankia del 38%, en el de Catalunya Banc, ojo, del 61%. ¿Recuperarán así el dinero invertido aunque asumiendo esta pérdida? Pues tampoco, porque en muchos casos el resto se le cambiará por acciones. Para que nos demos idea y en el caso de Bankia, la acción salió a más de 3 euros y ahora está en 25 céntimos. Cuando la avalancha de preferentes salga al mercado, la cotización se hundirá hasta no valer nada.
Los poseedores de deuda subordinada de Liberbank se manifestaron esta semana. Su historia, aunque menos dramática que en el caso de las entidades nacionalizadas, tiene también miga. La antigua Caja les fuerza al cambio por acciones en su próxima salida a bolsa. O lo que es lo mismo: si venden a corto plazo van a tener abundantes pérdidas. Eso, o que el FROB se las recompre con la quita correspondiente. Dicho en otras palabras: si no quieres taza, toma taza y media. Si estás en Guatemala, puedes ir a «Guatepeor».