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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

El escrache.

El futbolista X tuvo un mal partido. Los gritos e insultos durante el mismo fueron constantes, pese a ello, ni siquiera se inmutó. Va, por decirlo así, dentro de su profesión. Sin embargo, la cosa no acabó ahí. Un grupo de aficionados se presentó en su casa con ánimo, claro está, de molestar. Picaron a su puerta, le esperaron cuando llevaba sus hijos al colegio y, en general, la vida se volvió un pequeño infierno fuera de los terrenos de fútbol. Más o menos, pero llevándolo a la órbita política, lo que está pasando con la nueva moda: el escrache. Importado de Argentina –como el corralito de Chipre- parece que lo que mola ahora es acosar al político de turno hasta hacerle la vida imposible. Todo ello, con la convivencia –en forma de silencio- de buena parte de la sociedad; así como del resto de la clase política que emite tibios comunicados. El escrache busca humillar a la persona en donde más duele: su intimidad. Ya no es sólo que se increpe al político de turno en actos públicos (lo cual es hasta cierto punto normal), sino que la campaña llega a buscarlos en sus domicilios para perturbar su vida privada (caso de González Pons cuando se encontró con unos individuos a su puerta: ver foto). A mí estas prácticas me parecen reprobables sin peros. No vale decir pero es que son muy malos, o: pero es que no hacen nada, o: es que son todos unos corruptos. Las tácticas de amedrentamiento -lo que es el escrache, en realidad- socaban la democracia hasta llevarla por caminos oscuros. En Argentina, la clase gobernante fue utilizándolo para arrinconar a la oposición. Y después, acabó permitiendo el asalto a los hipermercados por parte de los piqueteros para tener bajo control a los empresarios. Supongo que en el mundo del fútbol –con lo salvaje que nos pueda parecer- todo tiene un límite. En el caso del futbolista acosado, seguramente el club emitiría un comunicado reprochando esta actitud de ciertos hinchas y, a la mayoría de la afición, le parecía que eso era pasarse. Habría, pues, un cierto consenso de que no se puede permitir. En los tiempos convulsos que vivimos la política parece el pimpampum de la sociedad. Aquí vale todo.

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Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


marzo 2013
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