Resulta sorprendente la medida que el otro día propuso Alfredo Pérez Rubalcaba. El secretario general del PSOE, en un coloquio con activistas y especialistas de distintos ámbitos, pidió a la Unión Europea que elimine los billetes de 500 euros. Según él, serviría para luchar contra el crimen organizado y la evasión de capitales. Es decir, extirpado de la tierra tan fastuoso billete, el fraude fiscal bajaría puesto que el dinero oculto tendría que aflorar. Bien, yo no veo en la moneda un fin en sí mismo, sino más bien un medio. Quiero decir que, por ejemplo, si se llevase a cabo tan drástico método, los defraudadores buscarían nuevas fórmulas con billetes de 200 o 100 euros y así sucesivamente. Es lo mismo que si, en un supuesto ideal, pensamos que al erradicar las armas terminaríamos con el asesinato y las guerras: un homicida, al fin y al cabo, usaría hasta una piedra para sus propósitos. Además, eso de apilar billetes ya no se lleva. Como se puede ver claramente en el «caso Bárcenas» el dinero fuera del fisco acaba siempre en paraísos fiscales o cuentas en Suiza. Al extesorero del PP no le encontraron ni un solo billete de 500 euros, ya que lo distrajo a través de una cuidada ingeniería financiera. No obstante, hay que darle a Rubalcaba la razón en una cosa: el billete tiene un halo de sospecha que nadie le quita. Es sacarlo del bolsillo –quien tenga uno, claro está- y todo el mundo se te queda mirando. Es más, cuando llegas a ingresarlo en una cuenta bancaria, la entidad de turno, te hace exhibir el carnet de identidad para registrarte de cara a Hacienda; mientras lo pasa varias veces por la máquina para ver si es falso. Tener un billete de 500 euros y que te vean como a un delincuente –aunque te lo acaben de dar recién sacado de tu cuenta- es todo uno.