Se habían levantado muchas expectativas sobre la comparecencia de Mariano Rajoy en el Congreso. Algunos pensaban que esto representaría el carpetazo definitivo del «caso Bárcenas», sin embargo, si hoy mismo abriese la boca el ex tesorero olvidaríamos automáticamente lo que dijo ayer el Presidente. Quiero decir, pues, que la sesión parlamentaria tuvo un debate clásico sobre este tipo de asuntos. Para la oposición, todo lo que no fuese la dimisión de Rajoy, convocatoria de elecciones y que se retirase a un monasterio iba a resultar decepcionante. En cambio, a Mariano le tocaba hacer de hombre bueno –engañado, se entiende- sin echar tierra sobre una gestión que no había sido suya. De hecho, los papeles de Bárcenas van principalmente sobre los años de Aznar. En cualquier caso, resulta curioso que el argumento principal –el mea culpa- tuviera como fondo un engaño. Dijo Rajoy que se había equivocado al depositar la confianza en un «falso inocente». La verdad, después de cuatro años con este tema muy pocos veían ya a Bárcenas como inocente. Quizá, digo yo, lo que no contó es que más bien se le defendía por temor. Rajoy sabía de sobra que el asunto era una auténtica bomba nuclear descontrolada. Si se le pagó abogado, un voluminoso sueldo y hasta los famosos SMS de apoyo fue por una única razón: intentar que Bárcenas no apretase el botón. Por otra parte, resulta curioso lo de los sobresueldos. Rajoy los admitió restándole importancia, ya que, según él, eso sucede en todos los lados. Bien, el problema es que estas gratificaciones –generosas, diría yo- presuntamente también afectaron a miembros del gobierno. Y eso, según la Ley de Incompatibilidades, está prohibido. Si el PP decide pagar una remuneración extra es su problema, o el de sus militantes porque muchos de ellos no cobran nada por su trabajo. Ahora bien, cuando afecta a un funcionario público la cosa cambia. Además, si tributaban o no es algo que imputó de manera personal. Es decir, que cada uno se explique con Hacienda. Sólo un detalle: si alguien cometió un presunto delito por no declarar ese dinero percibido ya está prescrito.
Rajoy llegó al Congreso (ver foto) como en una procesión de Semana Santa. De la misma manera se fue. El apoyo de los suyos –como no podía ser de otra manera- fue incondicional. Un cierre de filas total. El debate no pasará a la historia y el «caso Bárcenas» seguirá en el candelero por la acción de la Justicia. El presidente del Gobierno dice que acude a la Cámara para «desmentir las mentiras que han jaleado algunos». Sin duda, lo hace demasiado tarde. Un asunto tan sobado ya tiene creadas opiniones en cada uno. La táctica de Rajoy de «Laissez faire, laissez passer» -o que se pudran los problemas- han resultado una vez más equivocada.