La izquierda siempre entendió su manera de funcionamiento interna de manera más plural. Es decir, ha dejado históricamente más libertad de movimiento a sus organizaciones territoriales como forma de organización. Esto se nota sobre todo en las zonas más nacionalistas. Un PSC, por ejemplo, actúa con total independencia dentro del PSOE y no se corta para reclamar su cuota de poder a la hora de confeccionar un gobierno. Algo así parece suceder -a tenor de los buenos resultados cosechados y la presencia de algún ministro- con el partido en el País Vasco. La derecha, en cambio, se postula de otra manera. Casi de forma centralizada. No se me ocurría, verbigracia, que el Partido Popular asturiano pusiera ni la más mínima pega a una lista elaborada desde Madrid. Es más, tengo que ir a tomar un trago de agua porque se me seca la boca de la risa con sólo pensarlo. Ahora bien, el caso de IU es diferente. Mucho más dramático que en cualquiera de ambos casos. Se ha querido descentralizar tanto que, al final, como en el sinécdoque literario, no sabemos muy bien quién es la parte y quién el todo. Miren si no el caso de los sucedido en Hernani o Mondragón. En ambas localidades los representantes de Esquer Batua votaron en contra de los postulados de la dirección federal, promoviendo, pues, que ANV siguiera en las instituciones. Cuando el todavía coordinador general, Gaspar Llamazares, les dijo públicamente que estaban fuera del partido, ¿creen acaso que les preocupó? ¿Suplicaron o pidieron que ésta reconsiderase su actitud o fueron a darle algún tipo de explicación? Pues no, lo escucharon casi como quien oye llover, ya que, a todas luces, se consideran una organización diferente e independiente dentro de la propia Izquierda Unida.
Y es que, lo del federalismo sin cortapisas como forma de organización, la ha llevado a ser una especie de reino de taifas donde, la dirección central como vertebradota del todo el proyecto, es lo que menos cuenta. No existe, ni un hilo conductor lógico en sus discursos (en un sitio somos nacionalistas, en otros ecologistas, en otros internacionalistas), ni siquiera en su propia estructura como partido (cada uno puede hacer casi lo que le da la gana). Resultado de todo este esquema centrífugo: el estar al borde del abismo, en el propio filo de la desintegración política.