Si acuden a una entidad bancaria para realizar un depósito verán como toda la oficina adquiere para usted una radiante luminosidad. Puede que el director le invite a pasar a su despacho, cuando no que le regale algo directamente o, simplemente, que se desviva mostrándole toda una pléyade de ofertas increíbles por dejar su dinero a plazo. Sin embargo, si lo que pretende es obtener un préstamo la cosa cambia. Sufrirá condiciones estrictas y duras, le pedirán mil y un papeles para, luego, probablemente, ni contestarle o, de frente, le dirán que no. Recibirá, en definitiva, lo que da título a este comentario y saldrá del banco con un humor de perros.
Los efectos que está teniendo la crisis sobre la banca son abundantes. Uno de ellos, por ejemplo, es la falta de confianza en el cliente. Esto es, a la hora de renovarle o concederle cualquier tipo de crédito se suele encontrar con infinitos problemas. Antes, cuando todo iba miel sobre hojuelas, el dinero se ofrecía casi sin ninguna cortapisa. Todos sabemos como, junto con la compra de una vivienda, se incluían también la financiación de un nuevo coche o los muebles de la misma. Ahora ya no. Ni lo uno ni lo otro. Y, ciertamente, creo que es un error mayúsculo el cortar la liquidez a los mercados justo cuando estos tienen más dificultades. En Estados Unidos, por ejemplo, una de las causas de la Gran Depresión de principios del siglo pasado estuvo precisamente en restar liquidez al sistema y con ello confianza. Este fin de semana pudimos ver como, Martinsa Fadesa, una de las grandes inmobiliarias de este país, se veía al borde del concurso de acreedores por dos motivos. Primero, el ICO se negó a darle un préstamo para afrontar responsabilidades y segundo, sus ventas de inmuebles no eran financiadas por las entidades bancarias. En resumen, una restricción al crédito como la que en estos momentos vivimos lo único que hace es agravar la crisis.