Permítanme que haga un poco de historia para aquellos amigos que no sepan del tema. Corría el año 2003 cuando -servidor que era un humilde candidato y el resto de la clase política local- quedamos con la boca abierta viendo como el candidato popular a la Alcaldía se retiraba pocos días antes de empezar la campaña. De lo sucedido en esos aciagos días poco se supo, solamente, eso sí, que se produjo un movimiento interno convulso que dio como origen el liderato “in extremis” de Pilar Fernández Pardo. A partir de ahí, y una vez comprobado que las elecciones no habían dado un mal resultado, hubo un periodo de calma dentro del partido, pero, desgraciadamente, duró poco. Los espectáculos durante la pasada legislatura fueron constantes y continuos, terminando, como saben, con cinco concejales apartados de sus funciones. Con una nueva lista completamente renovada en mayo del pasado año podía intuirse que se pasaría capítulo, pero, desgraciadamente, en política hay una máxima que suele cumplirse: herida que no se cierra, herida que sangra.
A mí el contenido de las grabaciones famosas no me ha escandalizado en absoluto. Seguramente si introdujéramos una grabadora furtiva en el vestuario de cualquier equipo de fútbol (o cualquier deporte, o cualquier empresa) profesional obtendríamos el mismo resultado. Seguramente, digo, le desearían al equipo rival lo peor, cuando no, quizá, hasta una grave lesión. ¿Significa esto que luego lo harían en el campo? Pues creo, sinceramente, que en la mayoría de los casos no. ¿Significa que el desear lo peor para tu enemigo político es equiparable a querer que a los ciudadanos también les vaya mal? Pues creo, francamente, que tampoco. Ahora bien, entiendo que lo grave en este caso está en que las grabaciones pertenecen al ámbito estrictamente privado. Es decir, es como si el consejo de administración de una sociedad ve sus reflexiones íntimas sobre cómo vender mejor su producto publicadas al día siguiente en los medios de comunicación. Cortadas y extractadas con las frases más llamativas para que produzcan un efecto cascada. Lo lamentable, pienso, es que lo hayan hecho personas del propio partido con el fin de causar daño. Eso, quizá, nos dé idea de la catadura moral de algunas personas que están rondando por el PP gijonés.
Por otra parte, sí considero mucho más grave la segunda parte de las acusaciones, es decir, el que se pague por ser concejal dentro del partido. Ahí, creo, el partido sí que debería de dejar las cosas claras, puesto que, al fin y al cabo, la imagen de mercenarios puede ser demoledora a nivel municipal.