Seguramente, muchos de los participantes en la fiesta del Toro de la Vega en Tordesillas (Valladolid), tienen perros y gatos en casa. Es más, estoy convencido de que duermen a los pies de su cama, se preocupan por ellos cuando están enfermos y no dudan en acudir al veterinario si lo necesitan. Supongo, digo, que considerarían intolerable que a sus mascotas alguien les propinase cualquier tipo de maltrato. Ni hablar. Serían capaces de defenderlas a puñetazos, puesto que, a todas luces, las consideran un miembro más de su familia. Sin embargo, cuando participan en el sacrificio multitudinario de un toro a lanzazos les crecen los colmillos. Sus voces se vuelven roncas para contribuir al griterío, la boca se les llena de sangre, su mirada está deseando ver el espectáculo salvaje que cada septiembre se ofrece.
«Valentón» -que así se llamaba el toro de este año- les duró 10 minutos. La efectividad de uno de los lanceros fue tal que el animal cayó abatido a la primera. Para queja general el toro dio «poco juego». Pese a todo, supongo, como manda la tradición, le cortarían los testículos para entregárselos al matador como trofeo. Las imágenes que pueden ver colgadas por la red son terroríficas. Hirientes para cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad. La Junta de Castilla y León -por ese temor reverencial al voto que tienen los políticos- no se atreve a prohibir la fiesta. Hasta la considera de interés turístico. En fin, otro año, más.