A todos nos duele la situación por la que está pasando Gijón Fabril. La centenaria fábrica agoniza con un concurso de acreedores para su liquidación, mientras que sus trabajadores mantienen un encierro entre muestras de solidaridad. Sin duda, nos recuerda otras situaciones traumáticas como las vividas, no sé, con el desmantelamiento de Suzuki o la lucha para mantener la actividad en Tenneco. En resumen, otra empresa que se nos va en este Gijón del alma. Y el problema no se encuentra ya en la falta de respuesta social –todo el mundo está concienciado en el apoyo a la vidriera-, sino en que no existen alternativas. A un cierre no le sigue ninguna apertura que la contrarreste. ¿Cuánto hace que no se instala una nueva industria en nuestra ciudad? ¿Cuánto que un alcalde (o alcaldesa) asiste a una inauguración? La destrucción de tejido industrial durante la crisis en Gijón (y Asturias) ha sido brutal. En apenas cinco años, el PIB ha bajado un 13% según el Instituto Nacional de Estadística (INE): la mayor caída del país. A eso, y como es obvio, no le ha seguido ninguna recuperación considerable: la creación de empresas en Asturias (y Gijón) disminuyó un 16,7% el año pasado también según el INE. Por tanto, a la joven plantilla de Gijón Fabril, en el caso de mantenerse estas negras perspectivas actuales, sólo le quedan dos opciones: o el paro o la emigración. Ése es el drama. Tienen pocas posibilidades de que otra empresa les acoja por una sencilla razón: no se crean. Sólo el oasis que representa el Parque Científico y Tecnológico –creció en sociedades y empleo durante la crisis- aporta datos positivos para la economía de la ciudad. En cambio, el sector industrial tradicional gijonés va cada vez a menos. Mengua como un calcetín en la lavadora. Hablamos de deslocalizaciones y cierres sin nuevos proyectos que compensen semejante sangría. Se destruye empleo pero no se genera. Cada puesto de trabajo que se pierde no se recupera. En todo caso, y como parte de una muerte dulce, se prejubila a sus trabajadores para evitarles el paro o la búsqueda de un empleo que no encontrarán fácilmente. La mejor política industrial no es la que no existe (Carlos Solchaga dixit), sino la que previene cierres. La que favorece el marco para que las empresas se instalen. Cosa que, en la actualidad, ni por asomo se está produciendo en Gijón. Es como si nadie quisiese invertir aquí.