A Mariano Rajoy ya sólo le queda prácticamente una baza por jugar: la convocatoria de unas elecciones. Eso, o que el PSOE ceda y acepte un triparto con Ciudadanos como siempre propugnó. Cosa, por cierto, bastante difícil a día de hoy. En esto ha acabado el bucle en que el estaba inmerso la política española. Un presidente en funciones que sale, por primera vez en la democracia, sin el encargo del Rey para formar Ejecutivo. Mientras, un Pedro Sánchez exultante, ya casi se ve Presidente. Al menos, durante un mes va a ser el rey sol: todo el mundo político girará en torno a su órbita. Dice que va intentar negociar a derecha e izquierda, pero no es del todo cierto. Mirará mucho más hacia esta última. No creo que Sánchez, que se negó por activa y pasiva a pactar con el PP, explore a fondo esta vía. Con todos los cargos de los populares en Valencia desfilando -como nazarenos en Semana Santa- ante el juzgado, dudo mucho que el Secretario General socialista pretenda semejante alianza. Intentará, eso sí, acercarse a Ciudadanos. Ahora bien, esto implica el rechazo automático de Podemos. Ambos partidos ya se han definido mutuamente como agua y aceite. Pablo Iglesias, sin duda, es quien más tiene que ganar en todo este proceso que ahora se abre. Si consigue entrar en un futuro gobierno será un éxito, y si no saldrá reforzado de cara a unas nuevas elecciones. Su labor de demolición controlada del PSOE va viento en popa. Hasta ha conseguido instaurar su estilo dentro de los órganos socialistas: un posible acuerdo de Gobierno tendrá que pasar por el refrendo de la militancia. Así lo proclamó el sábado, en el Comité Federal, Pedro Sánchez. Y, por si fuera poco, sigue erre que erre con su discurso de socialistas buenos y malos. El otro día, ante el rechazo de Felipe González a su formación, apeló a lo que hubiesen dicho sus abuelos: por lo visto, socialistas de toda la vida. El gen de la izquierda, para Iglesias, es hereditario y de obligado cumplimiento moral entre generaciones. Les cuento una anécdota muy buena sobre esto. En Italia, a principios del siglo XX, un militante del partido fascista intentaba reclutar a un campesino. Éste se resistía con argumentos del tipo «Es que mi abuelo fue socialista y mi padre también, por tanto…». «¡Qué tontería! ¿Y si tu padre hubiese sido un ladrón y asesino?», le replicó el enviado de Musolini. «Entonces sí», respondió, «me haría fascista».