Bien, tomemos aire. Analicemos la situación viendo un poco lo que hasta ahora ha sucedido. La crisis que nos golpea podemos dividirla (de momento) en tres fases. Primera, fue hacia otoño de 2007 donde saltó a la palestra el asunto de las «hipotecas basura» y el consecuente «parón» del mercado inmobiliario. Sus consecuencias, evidentemente, dieron lugar a la segunda fase: la crisis bancaria. Ésta tomó cuerpo durante el 2008 con efectos que todos sabemos: restricción absoluta y total hacia el crédito. Lógicamente, después de las dos primeras, es decir, tenemos mercados de gran arrastre hundidos y posibilidad baja de acceder a liquidez, viene la tercera, la que ahora mismo estamos pasando: cae drásticamente el consumo (inflación 0,8% en enero) y se dispara el desempleo (3.327.801 personas). Como ven, al igual que un virus, lo que comenzó afectando a una parte del cuerpo, a la postre, al sector de la construcción, acabó por desarrollarse en todo el organismo de forma contundente.
Pero, para mí, queda todavía por ver una réplica de este terremoto económico: el aumento desbordante de la morosidad. Si tenemos en cuenta que las empresas no venden y los particulares se quedan en paro, que crezcan los impagados es inevitable. A finales de año, me atrevo a pronosticar, alcanzaremos un nivel cercano al 9 por ciento sobre el volumen de deuda (actualmente algo más del 3). Y eso, es preocupante. Muy preocupante, diría yo.