Desde luego, la noticia de que el fondo Santander Banif Inmobiliario suspende reembolsos tiene miga. Yo diría más bien que es una quiebra del mismo en toda regla. Si eso lo trasladásemos a la banca comercial tradicional, sería como tener dinero en una cuenta y que no te lo dejasen sacar. Algo así como un «corralito» argentino que durará, en este caso, un mínimo de dos años si la Comisión Nacional del Mercado de Valores lo aprueba. Los hechos, para que se den una idea, fueron más o menos así. El fondo inmobiliario -propiedad del Banco Santander- se creó con la idea de invertir en propiedades al socaire del «boom» inmobiliario. Entre su patrimonio hay edificios enteros, centros comerciales, áreas residenciales, suelo industrial… Todo iba de maravilla hasta que, en octubre del año pasado y presa del pánico, más de un 80 por ciento de los 42.000 inversores decidieron escaparse del mismo. Problema: no hay ni mucho menos liquidez para todos. El fondo declara tener un patrimonio de 3.226 millones de euros en ladrillos y pide tiempo para venderlo, pero, claro, ¿vale eso ahora?

Está claro que la banca de inversión -invento americano- es la que se ha llevado todos los palos en esta crisis. A escándalos como el de Madoff o los bonos de Lehman, hay que unir cosas como ésta, o sea, que un fondo tenga irremediablemente que liquidarse. Por tanto, cuando un banco cualquiera ofrezca pertenecer a este selecto club destinado a rentabilizar el dinero ajeno, más de uno se lo va a pensar dos veces. Incluso hasta tres, diría yo.