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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

Lecciones que aprender.

A Pedro y Cecilia Herce. Nuestra familia en Nueva York.

 

Primera. Los clichés en política ya no sirven. Están completamente obsoletos. Presuponer que la raza, religión o el sexo condicionan el voto es sólo una verdad a medias. Tiene que haber algo más: un candidato sólido y que ilusione. En las elecciones de Estados Unidos se decía que ninguna mujer iba a votar por Donald Trump. Más que nada, por ser considerado un machista compulsivo. Sin embargo, se llevó el 44% del voto femenino. Algo que Hillary Clinton y su equipo fueron incapaces de ver durante toda la campaña. Creyó que iba a acaparar el voto de la mujer, por el simple hecho de serlo ella. Su electorado estrella es cierto que la apoyó bastante (54%), ahora bien, también lo hizo casi de igual manera con su contrincante. Tampoco funcionó otro cliché: sólo los ricos van a votar a Trump. Uno de cada cinco electores con ingresos menores a 30.000 dólares anuales –lo que viene a ser  la mayor capa de pobreza- se fue para los republicanos. A eso se unió la clase media: el 48% de los estadounidenses con ingresos entre 50.000 y 100.000 dólares votaron a Trump. Me recuerda esto un poco a lo que sucedió con Podemos en España. Se pensaba que su votante era joven, con el pelo largo y en paro. Era asomarse a sus mítines y ver a una pléyade de gente mayor en primera fila. Algunos incluso luciendo abundantes joyas.

 
Segunda. Los líderes de opinión han cambiado. El último libro de Moisés Naím  («El fin del poder») nos habla de los llamados «micropoderes». Pequeñas parcelas de poder que anulan al que conocíamos de toda la vida. Por ejemplo, cambió más cosas el 15-M en España que muchas leyes del Gobierno. En esta campaña Donald Trump tuvo a la mayoría de los medios de comunicación en contra. Personalmente, sólo vi un apoyo entusiasta desde la cadena republicana Fox. Los demás, los grandes periódicos, los columnistas o el resto de las televisiones le tiraban con bala. ¿Sirvió esto para algo? ¿Cambió acaso alguna voluntad? Desde luego que no. Ni siquiera que las grandes estrellas de Hollywood apoyasen de forma descarada a Clinton, o que Madonna diese un concierto en pleno Manhattan. Ni un solo votante se guió por lo que decían sus ídolos. La capacidad para liderar la opinión pública –tanto de famosos como de medios de comunicación- está más en entredicho que nunca.

 
Y tercera. Se impuso ante todo la economía. El votante de Trump consideró que con él volvería a tener trabajo, las fábricas retornarían a casa, o sus hijos no se verían afectados por la globalización. Algo muy similar a lo que ocurrió con el «Brexit»: los emigrantes, decía el partido xenófobo UKIP, son quienes os quitan los puestos de trabajo y Europa les abre las puertas. Discurso falso y retrógrado se mire por donde se mire, pero que acabó calando entre los más castigados por la crisis. Hillary Clinton no aportó ni una sola idea económica. Iba a continuar haciendo exactamente lo mismo que Obama. Trump, en cambio, dio ideas peregrinas –como más proteccionismo- que fueron como una lluvia fina. El resultado, ya lo ven, lo imposible sucedió.

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Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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