Primera: política social. Siempre se ha dejado bien claro por parte del Gobierno que éste sería uno de los ejes para combatir la crisis. Ahora bien, cualquier política social se hace por necesidad, es decir, no se puede considerar en absoluto como una estrategia, sino más bien un remedio para paliar el declive económico. Piensen que de los 4 millones de parados ya hay más de uno sin ningún tipo de cobertura. Por tanto, de lo que estamos hablando es de medidas para frenar la exclusión social, o sea, la indigencia pura y dura, más que de un camino que haga remitir la crisis. Piensen si no en lo siguiente, ¿cuál es la mejor política social? ¿La que paga pocas prestaciones porque hay un 5 por ciento de paro, o la que habilita muchas porque tiene un 20?
Segunda: el gasto público. Sería conveniente que el Gobierno revisase su concepto del gasto público como motor de la economía. En cinco años ha aumentado un 30 por ciento el mismo sin, cómo se ha visto, muchos resultados. Por ello, ese camino de despilfarro que comenzó con el estallido de la crisis, debe terminar. Cuanto mayor sea el agujero creado -vamos hacia un déficit superior al 9 por ciento- , más nos costará volver al equilibrio macroeconómico necesario.
Y tercera: el cambio de modelo. Muchas veces parece como si el modelo económico de un país lo decidiera el gobierno y no los ciudadanos. Me explico. Es como si ahora un albañil que se quedó en paro, no sé, de la noche a la mañana pudiésemos reconvertirlo en investigador de I+D+i porque interesa. Perdónenme, pero eso no es así. La economía tiene su propio camino y lo que pueden hacer los gobiernos es regularla con mayor o menor éxito. Piensen que hoy, el Presidente Zapatero, va a anunciar que se dotará a los estudiantes de un ordenador, ¿significa esto acaso que la economía va a caminar hacia un modelo de crecimiento tecnológico? Pues, puede que sí o que no. Depende. Al final, lo decidirán los ciudadanos en función de sus intereses o expectativas.