La adolescencia es una edad difícil incluso desde el punto de vista legal. Fíjense si no en las siguientes contradicciones. Con 16 años se puede trabajar, pero no abrir una cuenta en el banco. Pueden someterse a un implante de silicona o cualquier otra operación de estética, pero no hacerse un «piercing» o tatuaje. Se permite mantener relaciones sexuales consentidas con adultos a partir de los 13 años, pero no casarse hasta los 14. Tienen responsabilidad penal y potestad para hacer testamento, pero no se les deja votar, tomar alcohol o comprar tabaco. Como ven, las paradojas a las que se ven sometidos los adolescentes en nuestra legislación son innumerables. Ahora bien, últimamente se ha planteado un debate muy duro sobre dos casos concretos: la posibilidad de que las chicas de 16 años puedan abortar sin el permiso paterno y, por otra parte, el que se dispense sin receta la «píldora del día después». Veamos.
A mí tanto uno como otro caso no me parecen de recibo. Creo que ambos necesitan una madurez que en la adolescencia no se da. Si en una decisión tan importante como es la de un aborto no se cuenta con el apoyo o permiso de los padres, ¿cuál es entonces su función? Si la administración de un remedio de emergencia (ojo, no de un anticonceptivo) no es realizada bajo control médico, ¿también les estamos dando a los adolescentes la posibilidad de decidir sobre su salud?