Después de cinco años de proclamas antinucleares, el Gobierno tiene ya que tomar una decisión: si cierra o no la central de Garoña. Atendiendo a lo dicho ayer por Zapatero en el Senado, no sabemos si será sí o no. El asunto quedó en tablas. Su programa electoral habla de «cierre ordenado de las centrales conforme vayan cumpliendo su vida útil». Tiene a favor a grupos como ICV, socio puntual de gobierno, quien aboga por cumplirlo. Y en contra a: la oposición, un informe del Consejo de Seguridad Nuclear y las propias empresas eléctricas.
Bien, lo cierto es que Garoña no es una pieza indispensable en el sistema. Apenas aporta un 1,4 por ciento del suministro. Por eso, su cierre o continuidad tiene más valor simbólico que práctico. O dicho de otra forma: lo que pase en Burgos marcará la tendencia en política energética durante los próximos años. En fin, para mí, dos cosas deberían tenerse en cuenta a la hora de tomar la decisión correcta. Primera, una de las bases para la recuperación económica está en disponer de energía barata. Sin ella, a las empresas les resultará muy difícil competir en el exterior (si ese es el nuevo modelo económico que se quiere implantar, claro está). Y segunda, somos un país profundamente dependiente en sus recursos energéticos, por tanto, no se puede prescindir de casi una cuarta parte de la generación eléctrica propia, para luego acabar comprándola fuera mucho más cara.