Una. Por motivos familiares, tuve que ir a la estación de autobuses (la única) de nuestra ciudad. Como no tenía claro la hora de llegada de mis parientes, levanté la cabeza para ver si había un panel informativo o similar. Es decir, algo que te indicase, no voy a decir ya el andén que son pocos y se pueden controlar, sino los autobuses en tránsito y su horario. Al no existir absolutamente nada, entré en el local donde se venden los billetes. Un espacio pequeño y angosto para quizá quince personas. Tampoco allí había información a la vista. Pregunté a la chica de una ventanilla que me miró con extrañeza. «¿Panel informativo? No, qué va», fue la respuesta. Su expresión, como si le hubiese pedido una tecnología de última generación diseñada por la NASA, me lo dijo todo. Amablemente lo miró en el ordenador y me pude enterar. Pues bien, de eso hablamos cuando decimos que no podemos esperar más por el plan de vías. Si a mí me causó una sensación de desamparo infinita nuestra estación de autobuses, imagínense a los que llegan de visita a nuestra ciudad.
Dos. Una familia transita por la calle Sanz Crespo. Está compuesta por matrimonio y tres niños. Uno de ellos tan pequeño que tienen que llevarlo en la silla. Todos ellos van con maletas. Los padres cargan con las grandes y los pequeños con una pequeña mochila al hombro. Hace un calor de fragua, puesto que estamos en pleno mes de agosto. Me preguntan dónde está la estación de tren. Se encuentran más o menos al principio de la calle, esto es, donde la Casa Sindical. Les digo que en esas condiciones, todavía tienen que ir hasta más allá de Carlos Marx. Un rictus de desánimo les invade. Resignados comienzan a andar, sabiendo que les queda un buen trecho. Cuando la consejera de Infraestructuras del Principado, Belén Fernández, dice que al mover la estación de Moreda sólo se ganan trescientos metros, ahí la quería ver. Diciéndoles que, cargados como burros, la distancia no es nada en su concepto de centralidad. Seguro que también se acordarían de su familia.
Y tres. Como vecino de la zona del plan de vías no me paran de preguntar: ¿lo veremos algún día? Yo intento dar ánimos. Les digo que hemos avanzado, eso sí, muy lentamente. Ahora, por lo menos, ya no pasan los trenes, ni las ratas saltan por el «solarón». Algo hemos ganado. Sin embargo, tengo las mismas dudas que Moisés en su huida de los egipcios. ¿Existe la tierra prometida? ¿Existe de verdad alguna fecha creíble para iniciar el proyecto? Desde luego, lo que vi este fin de semana con la visita del ministro de Fomento no me lleva al optimismo.