¿Alguien dudaba de que la XXII edición del certamen propondría la cifra de un millón de visitantes pese a que físicamente es imposible? ¿Qué vendería más libros que el año pasado pese a que estamos en crisis? ¿Qué sería lo más de lo más y, en fin, hasta el año que viene? No, amigos, cualquier otro evento habría dicho que el cambio de ubicación a última hora -un lugar más alejado que el resto de ediciones- le afectó, las ventas de libros -contadas no se sabe muy bien cómo- no fueron tantas y que, en general, ha sido una edición de transición. Pero la Semana Negra no es cosa cualquiera. Tiene la bendición divina (y autonómica, y municipal) para, de palabra, insisto, convertir en oro todo lo que toca. Su director -ahora vecino de Jove, La Calzada y El Natahoyo de toda la vida, por lo visto- así lo gritó a los cuatro vientos. Y, en esta sociedad indolente que vivimos, nadie le dijo nada. Tragamos con todo.
Es más, dejó a su marcha, como es marca de la casa, algunas perlas desde el panfleto que edita y reparte por el recinto. Llamó «avara» a la Universidad, «fascistas» a los estudiantes que se oponen a su ubicación en el campus y, para colmo, se mete a urbanista de salón: «Quieren una parcela, que es de los gijoneses, para construir un polideportivo y unas torres para alquilar a los estudiantes. Todo muy de la moda la especulación y del pelotazo que, dicen, es una cultura». Ahora, al Ayuntamiento le queda reconstruir las maltrechas relaciones con la Universidad, pero, claro, eso le importa bien poco a Paco Ignacio Taibo II. Él a lo suyo…