Normalmente, un presidente de Gobierno suele empezar el curso político entre afines. Eso, por supuesto, no es ninguna novedad. Siempre busca el lugar más cómodo para lanzar a la aire sus propuestas sin ningún tipo de contestación. Por ejemplo. Yo no vi nunca a Aznar en Quintanilla de Onésimo decir, no sé, vamos a subir los impuestos. Ni tampoco, creo, voy a ver jamás a Zapatero anunciando recortes sociales en Rodiezmo. Sin embargo, esta vez se esperaba algo distinto. Decían los rumores que iba a proponer un recorte de gastos de cara a enjugar el déficit. Pues bien, ha hecho todo lo contrario. Dijo que subirían las pensiones mínimas, el dinero para la Ley de Dependencia, las becas, las ayudas al alquiler para los jóvenes, 5.000 millones de euros para un nuevo fondo de inversión local, el sueldo de los funcionarios, el salario mínimo interprofesional, mantener el cheque-bebé… Por cierto, respecto a estos colectivos -funcionarios me refiero- y con una inflación negativa, ¿qué clase de poder adquisitivo se puede perder?
Pero, es más, minimizó el impacto del déficit diciendo que su deuda sigue estando por debajo de la media europea. O sea, 50.000 millones de euros y un 4,69 por ciento del PIB hasta julio, le parecen poco. En fin, yo sólo digo que el discurso del Presidente fue algo así como los Reyes Magos pero en septiembre. Parece que el dinero cae de los árboles y eso de los recortes, bueno, será para otra vez.