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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

Armagedón.

En Mieres van a hacer un experimento: apagar los semáforos por las noches. Esto es, que la ciudad quede sin regulación con el fin de rebajar la factura energética. Sus defensores dicen que, a altas horas de la madrugada, resulta inútil tener toda la red encendida porque no hay tráfico. Los detractores que se convertirá en un caos y el ahorro será mínimo. En todo caso, han decidido probar. Personalmente, si quieren ver algo similar a modo de ejemplo, les recomendaría que vinieran por aquí. La renovación de pavimentos que está llevando a cabo nuestro Ayuntamiento nos está poniendo en un brete. Vamos, armando un contradiós en toda regla. No hay barrio donde no encuentres, o bien un colapso de tráfico, o un tráfago de gente y vehículos intentando sortear las obras. ¿Los semáforos? Ni funcionan a plena luz del día como pretenden en Mieres «la nuit». ¿Para qué? Ahora los que mandan son unos operarios –o la policía municipal- con una señal en la mano. No contentos con esto, es decir, con que estos trabajos podrían ejecutarse de manera mucho más coordinada y menos dañina, llegan palabras mayores: se va a acometer el reasfaltado de avenida de la Costa. Por supuesto, un auténtico Armagedón: el fin del mundo tranquilo y feliz en materia de circulación por el que un día fue conocido nuestro Gijón del alma. Dividida la reforma en cinco tramos va a tener que desviar una media de 53.000 coches diarios. ¿Dónde se van a meter? Pues, probablemente, por cualquiera de las calles adyacentes, las cuales, por su menor capacidad, acabarán colapsadas. Yo estoy de acuerdo en que resulta imposible que una obra pública no cause molestias. Ahora bien, ¿no pueden hacerse de otra manera? Los 391.314 euros que tiene asignados este proyecto, ¿es necesario gastarlos todos a la vez? Hay que levantar, a la fuerza, todo Gijón y dejarlo hecho unos zorros. Porque, el panorama actual es auténticamente desolador. Quiero decir, antes quedabas con alguien y sabías de sobra cuándo ibas a llegar. En la actualidad, no. Tienes que hacer quiebros y requiebros para intentar alcanzar el destino. Una calle paralela, la contraria y convertir el viaje en la búsqueda de una salida del laberinto. Estresarte, cabrearte y poner al límite la paciencia mientras encuentras alternativas al marasmo en el que te encuentras. Todo ello, además, contando con que el transporte público tampoco te va a servir. Las obras afectarán (afectan) a casi todas las líneas de autobús que acaban desviadas o cortadas. Incluso hasta sus paradas son también motivo de reforma. Lo dicho: y lo peor todavía está por llegar.

Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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