Estaba claro que la decisión de traer a los piratas somalíes a España no tenía ningún sentido. Bueno, sí, uno: complicar las cosas. No sé todavía por qué desde la Audiencia Nacional se ordenó una operación rocambolesca que ha producido -si no fuera porque están en juego la vida de los marineros del «Alakrana»- episodios de auténtico descojone. Recuerden que se les han hecho mil y una pruebas para determinar su edad, que los llevaban o no según el resultado a un centro de menores o a la prisión; que , en definitiva, ahora nadie sabe qué hacer con ellos. Sus compañeros en el Índico, sin embargo, lo tienen claro: aparte de pagar el rescate, tienen que devolverlos o si no mataran a los rehenes llevados a tierra. Perdónenme que insista pero, la Justicia, a veces, se muestra torpe y fuera de lugar como ella sola.
En 1996 fue cuando se creó la conocida como «ley Beckam». En principio, su motivación venía dada para captar talento del extranjero. Es decir, se suponía que científicos, investigadores, etcétera; serían sus beneficiarios. Sin embargo, lo acaparó casi todo el fútbol. La ley ha sido un auténtico chollo para los extranjeros que veían cómo tributaban casi a la mitad que sus compañeros españoles. De hecho, ningún científico o mente privilegiada se ha beneficiado de esto, más que nada, porque no suelen cobrar 600.000 euros al año. Por tanto, que se vuelva a la tributación que correspondería me parece bien. Es más, creo que es toda una lección para un mundo, el del fútbol, que no ha propuesto ni una sola media para reducir gastos por la crisis. Ahora bien, los clubes se sienten perjudicados: negocian sus contratos en cifras netas para los jugadores y van a tener que pagar mucho más en impuestos. Que lo tomen, repito, como toda una invitación para que se dejen de pagar cantidades astronómicas a quienes, en muchas ocasiones, ni siquiera las generan.