Atención ciudadanos: llega un nuevo concepto en materia tributara. O. por lo menos, así consideran en IU al impuesto sobre bebidas azucaradas que pretendían aplicar en Asturias. Consiste el mismo en meterle mano al bolsillo del consumidor, para de esta manera cuidar su salud. Al igual que desde el uno de mayo en Cataluña, la coalición propuso también gravar el consumo de bebidas azucaradas con hasta doce céntimos por litro. Es decir, aquí costaría más que en el resto de España tomar un simple refresco. Según su portavoz, Gaspar Llamazares, se trata de «una nueva generación de impuestos que no pretenden tanto recaudar como disuadir». A lo que añade que la población asturiana está engordando cada vez más y, por eso, porque no saben lo que les conviene, ya se encargan ellos de mostrárselo vía tributaria. Como comprenderán, semejante milonga no se la traga nadie. Esto es, cuando se quiere implantar un nuevo gravamen en nuestro paraíso natural no tiene más que un propósito: conseguir más dinero. Exactamente lo mismo que han hecho en Cataluña, pero para sufragar una deuda estratosférica que es como una soga que aprieta (y mucho). Lo curioso, claro, es que esta fórmula de trampantojo impositivo no es nueva. Aquí, en Asturias, ya la hemos visto un montón de veces. Recuerden la historia del «céntimo sanitario» sobre los hidrocarburos: en su motivación estaba proteger el sistema público sanitario por el bien común, aunque en realidad el dinero se utilizaba para cualquier cosa. Sobre todo, tapar los agujeros de la mala gestión (ZALIA, SOGEPSA, etcétera). Por ello, el Principado, como saben, acabó teniendo que devolverlo ante las múltiples sentencias judiciales en contra. Lo mismo que el impuesto sobre los depósitos bancarios –una suerte de Robin Hood moderno- que terminó como el rosario de la aurora. Miren ustedes, si de verdad se quisiese salvaguardar nuestra salud la Administración lo tendría fácil. Impondría un nivel máximo de azúcar en las bebidas y punto. Sin embargo, se prefiere que le cueste más a todo el mundo –sí, porque ese coste nunca lo va a asumir el fabricante, sino nosotros- haciéndole ver que es por su bien. Nada más lejos de la realidad. Al igual que los impuestos medioambientales, todo el dinero recaudado con esta «nueva generación» acabará en un cajón de sastre donde nunca se aplicará para su fin. Hoy estamos hablando de los azucares, y quizá mañana (ya lo verán) querrán gravar la bollería, las grasas saturadas, la denominada comida basura… Todo ello, no lo duden, siempre bajo un manto de proteccionismo insoportable por parte del gobierno de turno.