Uno. El hecho de que Mariano Rajoy se involucrase en el debate lo cambió todo. En sí, esta moción de censura ya era atípica. El tercer partido de la oposición planteándole un órdago al primero y todo ello, ojo, sin el protagonismo del segundo. El PSOE, como era de esperar, se quedó a verlas venir al no tener Pedro Sánchez escaño. Malos tiempos. Ahora bien, si en un principio desde el PP habían planteado la moción sin la presencia de Rajoy, pronto se vio que la estrategia era otra. Debatir y fajarse cuerpo a cuerpo tanto con Irene Montero como con Pablo Iglesias. Fue, digamos, el hecho más relevante de estas dos jornadas: el plasma se hizo carne. El presidente del Gobierno, bien es cierto, se defendió sin concesiones de ningún tipo. Lo hizo como él sabe, puesto que, a todas luces, es un buen parlamentario. Las envestidas sobre la corrupción –que hacían revolverse a los populares en sus escaños- fueron contrarrestadas con la posición ambigua de Iglesias respecto al referéndum en Cataluña. Resultó lo más destacado. Los rifirrafes entre ambos aliviaron el tedio, ya que, los discursos de Iglesias y Montero en el primer día, fueron demasiado largos. Más de cuatro horas y media de rollo no los aguanta nadie.
Segundo. Podemos se dedicó a hacer política. Exhibió su lado más institucional. Si alguien pensaba que los chicos del 15-M se iban a decantar por el espectáculo, se equivocó cien por cien. Lucieron de largo en el Congreso. No hubo –como ocurrió en la Asamblea de Madrid- ni insultos, ni gritos, ni nada que se le parezca. Todo muy correcto y controlado. Iglesias –ese hombre de las mil caras- no se dedicó a darse besos con nadie, ni a arengar a su público aunque le gritasen desde la tribuna, ¡Pablo presidente! Es lo que tocaba. Con chaqueta –ni la corbata era excesiva- y a comportarse bien como niños de colegio de pago. Otro día, sin duda, se volverá a la algarada. A la manifestación casi diaria. Según convenga, claro.
Y tercero. La moción de censura en sí, como instrumento para el cambio de gobierno, carecía completamente de interés. Nadie habló del programa del candidato, o de las medidas que pondría en marcha de salir elegido. Resultaba completamente irrelevante. Al igual que en una película de serie B, se sabía ya de sobra el final antes de empezar. Podemos hizo este ejercicio para exhibirse, reivindicarse como principal partido de la oposición ante la debilidad socialista. Incluso Pablo Iglesias les pidió con humildad –una falsa humildad- su apoyo. ¿Les salió bien? Yo diría que sí. Que hasta puede que hayan pasado el examen con nota. Sin embargo, queda todavía mucha legislatura por delante. Puede que demasiada como para perder ahora esta oportunidad. El cuándo en política también es importante.