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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

Esa purga suave.

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Antonio Trevín lo explicó de forma lacónica: «El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó». Se refería a su sustitución como portavoz de la Comisión de Interior en el Congreso. Un puesto de relevancia –donde un parlamentario puede brillar como el sol- y que le fue arrebatado en cuanto Pedro Sánchez tomó mando en plaza. Es más, sus continuos choques con la ahora todopoderosa portavoz del Grupo Socialista, Margarita Robles, ya venían de atrás. Siendo Robles diputada había pedido explicaciones a Trevín de forma airada, ante el voto en contra de la Ley de Precursores de Explosivos. El ex presidente del Principado se lo tomó mal. Dijo que era la primera vez que había sufrido una desautorización pública por parte de un compañero. Así, como es lógico, resultaba muy difícil que pudiera continuar. Luego vino lo del «gallinero». Esto es, mandarlo a las últimas filas del Hemiciclo donde iba a estar acompañado por otros «susanistas» represaliados. En una red social comentaba la jugada con fina ironía: «Está justito al lado de la puerta de salida a la entreplanta, tapado convenientemente con columnas y altillos». Finalmente, fue lo que sucedió: Antonio Trevín anunció que se iba en septiembre. Dice que en el actual PSOE se ha perdido la «fraternidad entre los militantes» y ha ganado terreno la «confrontación». Lo hace con un cierto tono de amargura. Sabedor de que en esta nueva etapa no tiene sitio. Que es objeto, como otros, de una purga suave que se está llevando a cabo desde la dirección. En política, las grandes palabras de los vencedores no suelen venir acompañadas por los hechos. Quien toma el poder habla de integración, de que el partido es de todos, de que aquí no sobra nadie, blablablá. Lo mismo que hizo Pedro Sánchez en su vuelta a la secretaría general. Sin embargo, no es verdad. Contó, eso sí, con Patxi López –incluyéndolo en la Ejecutiva- porque en ningún momento le supuso una amenaza; en cambio, ha ido sistemáticamente a por las cabezas relevantes que apoyaron la candidatura opositora. Vean si no. Los «sanchistas» están poniendo candidatos alternativos en los congresos regionales. Nada de consenso. Algunas veces le sale bien y otras no tanto: ejemplo, Valencia con Ximo Puig. Eduardo Madina, quizá también cansado de sus derrotas personales, anunció que lo dejaba y se iba al ámbito privado. A su ex amigo, Antonio Hernando, no hizo falta echarlo, sino que se marchó él solito de la portavocía parlamentaria ante lo que se venía encima. Micaela Navarro, ex presidenta del partido, dicen que va a ser la siguiente. Más claro, el agua: Sánchez no paga a quien considera traidores.

 

Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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