Como todo lo que anuncia el Gobierno previamente, el borrador presentado para la reforma laboral, hay que tomarlo con prudencia. Recuerden que la negociación entre los agentes sociales está rota y, por tanto, el próximo miércoles se emitirá un decreto ley para regularla. Según parece –y tómenlo con muchas reservas porque puede variar, insisto- la novedad más importante residirá en el despido: será procedente (20 días de indemnización frente a 45) cuando las empresas acumulen sólo seis meses de pérdidas. Lo cual, claro está, representa toda una revolución y un dilema para los sindicatos. Hasta ahora la decisión sobre si un despido era o no procedente por causas económicas, estaba en manos de las magistraturas de trabajo. Con la pretendida reforma ya no tendrían la última palabra: las causas de extinción de contratos estarían concretadas y sin posibilidad de mucha mayor discusión.
Personalmente, pienso que en este borrador se insiste mucho en las fórmulas de despido y poco en las de contratación. Efectivamente, nuestra legislación laboral es muy rígida y en más de un 80 por ciento de los casos los despidos son declarados improcedentes. Esto, por supuesto, había que cambiarlo. Pero también el modelo de contratación se muestra en ocasiones inflexible, cuando no totalmente absurdo por formulaciones legales. Cosa que, por ejemplo, sucede con frecuencia para los contratos a tiempo parcial. Si una persona quiere trabajar durante unas determinadas horas y está de acuerdo con el empresario, ¿por qué se le tiene que impedir? En muchos casos, vía convenios o legislación, los contratos a tiempo parcial están llenos de trabas que impiden la incorporación del trabajador. Eso, por supuesto, también debería cambiarse.
Por último, digo que los sindicatos tienen también un dilema porque el borrador no les gusta nada. Se debatirán entre convocar una huelga general –véase lo que sucedió con la de funcionarios- o aceptarlo sin más. En principio, puede que logren suavizarlo algo vía política: el Gobierno tiene que negociar su apoyo parlamentario en estos días. Pero si se cambia profundamente el espíritu de lo ahora anunciado, acabará siendo un fiasco.