Mucho se está hablando del papel de los alemanes en esta crisis. Más en concreto, el de la canciller Ángela Merkel. Para algunos sus medidas y actitudes son las correctas, mientras que para otros hundirán a Europa. A la postre: hay quien la ve más como un obstáculo que como un motor capaz de reactivar economías. Pues bien, vayamos por partes. Para mí, la actuación del Gobierno alemán ha sido pésima en asuntos como el de Grecia. La confluencia de unas elecciones regionales y sus consiguientes intereses políticos, hizo que el rescate tardase más de lo debido. A punto estuvo, como saben, la zona euro de irse al garete. Además, sus declaraciones sobre la economía griega incendiaron si cabe más el asunto. Muchos diarios aprovecharon la ocasión para mostrar fotos de jubilados griegos fumando tranquilamente mientras se preguntaban, ¿y por qué tenemos que trabajar hasta los 67 años?

Sin embargo, no creo que sea reprochable en absoluto el plan de austeridad que recientemente aprobó. El recorte de 80.000 millones de euros en cuatro años lo único que hace es conservar lo mejor de su economía: las exportaciones. Evidentemente, hay quien piensa que su cuadro macroeconómico, el mejor de Europa, admitiría un incremento de gasto público con objeto de tirar del resto de la Unión. Pero esto ya se ha demostrado que no funciona: véase el fracaso del keynesianismo a la hora de resolver esta crisis. Por tanto, podríamos pedirle a los alemanes que aportasen dinero creando fondos ora para Grecia ora para Hungría, pero lo cierto es que ya han hecho ese esfuerzo financiando (no desinteresadamente, claro está) la Europa de los años 90. En resumen, no se puede exigir que comentan el mismo error en que otros países hemos caído: desequilibrar las cuentas públicas para no resolver nada.