Puede que en el debate sobre las corridas de toros los pro y antitaurinos estén muy igualados en sus argumentos. Si unos dicen que es un maltrato animal claro, los otros responderán que igual se hace con los que sacrificamos para el consumo. Y de esta manera, podríamos seguir hasta el infinito. Pero el caso es que, lo que ha ocurrido en Cataluña, tiene una implicación mayor. Va en contra de lo que, para algunos, viene impuesto desde el exterior y no corresponde a una tradición catalana. Buena prueba de ello ha sido, como pueden comprobar en la foto, que ese mismo día en un pueblo catalán se celebró una fiesta de toros embolados y nadie protestó pese a que el animal, evidentemente, también sufre. En este sentido, aunque se quiso hacer comparaciones, me parece mucho más coherente la postura de Canarias. Al final, está prohibido cualquier tipo de maltrato sea el que sea desde hace ya 19 años. No sólo, claro está, el espectáculo taurino.
Personalmente, no me gustan los toros. Nunca he ido a una corrida ni, probablemente, asista a ninguna en el tiempo. No obstante, tampoco considero que haya que prohibirlas de manera legal y desde un parlamento. Piensen si no en la opción contraria, es decir, que sus señorías votasen, porque es la fiesta nacional (por cierto, vaya tontería que es esto), la celebración obligatoria de corridas. ¿Acaso lo aceptaríamos? ¿No nos parecería más bien que eso sería propio de una dictadura? Si los toros deben sobrevivir o no que lo decidan los espectadores. Ni más, ni menos. Si tienen afición, acuden y pagan su entrada; pues estupendo. Y si hacen como yo, que no asisten a ninguna, acabarán muriendo. Pero eso de que un aparato administrativo te diga lo que puedes ver, lo que te conviene o no, o lo que es mejor para ti; la verdad, es tremendo.