Sí, más o menos esa es la diferencia –sobre 4 puntos- que sacó el líder del Partido Socialista Madrileño a su rival Trinidad Jiménez. En definitiva, todo una bofetada al oficialismo de Moncloa que se veía venir. Y es que cuando Gómez se enfrentó a Zapatero no lo hizo de forma suicida, sino teniendo claro que las bases estaban con él. De hecho, por más que lo intentaron desanimar con declaraciones como el «tendrá consecuencias» de Rubalcaba o el apoyo explícito del candidato a la Alcaldía madrileña, Jaime Lissavetzky; siguió erre que erre recolectando votos del descontento y la rebeldía al «Apparatchik». Ahora, el recién nombrado candidato tiene la difícil misión de enfrentarse a Esperanza Aguirre. No obstante, lo hace sin pecado original, es decir, se ha quitado de encima el supuesto castigo electoral que lleva implícito Zapatero. Cosa, por cierto, que a más de un candidato municipal y autonómico le quita el sueño.
Por último, comentarles que a mí no me gustan las primarias. Considero que es un desgaste muy importante –económico y personal- para los partidos, además de generar posibles divisiones internas. Sin embargo, tal y como lo tiene previsto el Partido Socialista, resulta interesante. Es un instrumento que se aplica cuando no existe consenso posible. Imaginemos que su rival político, el Partido Popular, lo llevase a cabo a nivel asturiano. En fin…