Semana para el alipori político. De esas que los ciudadanos, bien es cierto, nunca acabamos de entender. A todos, en cierta manera, nos sorprendió el comienzo de esta sesión de investidura. Pensábamos, la verdad, que el acuerdo entre Podemos y el PSOE estaba cerca. Vamos, que era cuestión de flecos y poco más. Sin embargo, la virulencia de los encontronazos entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez hacían presagiar lo peor. De hecho, llegó un momento donde Sánchez pidió al resto de la Cámara apoyo para evitar a Iglesias. Algo así como si en una boda, el novio o la novia, se vuelve al resto de invitados para preguntar si alguien quiere casarse con ellos. En definitiva, malas vibraciones las que se transmitían desde la tribuna, porque reinaba un ambiente de desconfianza mutua sin paragón. Así, sin duda, iba a ser muy difícil sacar adelante en unas horas, lo que tuvieron casi tres meses para negociar.
El martes, como si fuese un rayo de sol en plena tormenta, se acogió la abstención de la formación morada en la primera votación como un éxito. Las cosas estaban tan mal que cualquier gesto era visto como una señal. Volvieron a sentarse a la mesa ambas formaciones, pero cada minuto que pasaba el posible acuerdo iba a peor. Ofertas y contraofertas, ministerios, cargos, vicepresidencias… Todo estuvo presente en esta negociación, mientras que PSOE y Podemos iban culpándose mutuamente de este tremendo fiasco. Filtrando a la prensa lo que les interesaba y dando una imagen pésima de lo que debería ser un supuesto gobierno de coalición. Que nadie quedase señalado ante el electorado, no vaya a ser que volvamos a las urnas en noviembre. Tremenda vergüenza la vivida, ya que la política se volvió densa como un cubo de aceite y no ha servido para nada. Simplemente, ha sido incapaz de recoger el mandato salido de los comicios del 28 de abril: póngase de acuerdo.
Y ahora, ¿qué? Es lo que se pregunta la mayoría de la gente. Si socialistas y Podemos están tan alejados e incluso salen con múltiples cicatrices de este primer envite, ¿qué puede cambiar de aquí a septiembre? Si al final, como es todavía posible, asistimos a un acuerdo donde se repartan los sillones en disputa, ¿qué clase de gobierno nos espera? ¿Qué estabilidad puede tener un ejecutivo donde sus componentes están a la greña? ¿Cuánto puede durar esa falsa paz comprada a última hora? Pues bien, siendo esto malo para el país, hay algo peor: tener que convocar unas nuevas elecciones. Sobre todo, porque estamos ante un electorado quemado y que quiere que alguien mande, no que le estén consultando cada dos por tres. Nos movemos entre la espada y la pared. Entre un gobierno endeble construido con cimientos de papel, o volver a las urnas para obtener unos resultados bastante similares a los actuales.
@balbuenajm