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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

No hay ideas.

Vengo sosteniendo desde hace tiempo de que en Gijón hacen falta ideas. Esto es, proyectos para crear ciudad y poner en marcha equipamiento nuevos. Es el caso, sin ir más lejos, de lo que sucede con la Casa Paquet. En 2017 nuestro Ayuntamiento firmó un contrato de alquiler con sus propietarios, a la postre, el Instituto Catequista Dolores Sopeña. El mismo contemplaba el pago de una renta de 18.000 euros anuales, más la realización de obras por importe de 620.000 euros. Pues bien, dos años después los trabajos ya han concluido, pero no sabemos qué hacer con el edificio. Así como suena. No gastamos una pasta en acondicionarlo y, fíjense, todavía no hemos decidido el uso que se le va a dar. La propia alcaldesa, Ana González, decía que «Es un proyecto que nos está costando muchísimo». Y tanto, oigan. Parece increíble que ahora, después de toda esa inversión, se diga que el principal problema está en que no es accesible. Es decir, se le pone pegas porque, como todas las construcciones de su época, tiene barreras arquitectónicas. Algo, digo yo, que ya se sabía antes de firmar el arrendamiento y realizar el susodicho desembolso.

Nuestros actuales gobernantes desechan convertirlo en un albergue para peregrinos precisamente por eso, a pesar de que en el contrato es el uso que se manifiesta. Según González, «Decir que vamos a hacer un albergue de peregrinos pero que no sea accesible no responde a un modelo de ciudad inclusiva». No sé, como si fuese el único edificio histórico en Gijón que tuviese esa traba. Ejemplo, el de Correos situado en la plaza Seis de Agosto. A mí la idea del albergue nunca me entusiasmó, aunque sería potenciar el paso del Camino de Santiago por nuestra ciudad. Sin embargo, las alternativas que se ofrecen me parecen mucho peores porque son un auténtico cajón de sastre. O sea, hacer un vivero de empresas que sirve tanto para un roto como para un descosido, o acoger algún departamento del Ayuntamiento sin mayor gloria. En resumen, soluciones pobres que demuestran lo que les acabo de decir: no hay ideas. Imagínense si, como se llegó incluso a proponer, el cercano Palacio de Revillagigedo cae en manos municipales. Ni me quiero imaginar lo que podría haber en su interior.

Esto mismo se puede decir de la obra de rehabilitación de la antigua fábrica de tabacos en Cimavilla. La cuantiosa inversión -la mayor contemplada en el presupuesto- no tiene todavía un plan de usos definido. La obra de consolidación acabará este año que viene y para el siguiente se entrará en la segunda fase. Ahora bien, sólo escuchamos retazos, esbozos de lo que se quiere hacer, pero nada en concreto. De vez en cuando, el concejal de cultura, Alberto Ferrao, nos habla de un «equipamiento vivo y dinámico que genere actividad» sin entrar en profundidades. Lo dicho: a que se acaba y no sabemos para qué va a servir.

@balbuenajm

Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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