Como casi siempre que suceden hechos como los del Reino Unido, los analistas no se ponen de acuerdo. Hay quienes piensan que los estallidos sociales tienen que ver con la falta de oportunidades, paro y marginación, a la postre, lo que es un gueto; y hay quienes sostienen que es vandalismo puro y duro. O sea, que los dos mil jóvenes que asolaron Manchester por poner un ejemplo, lo único que querían era un buen par de zapatillas. En fin, yo pienso que hay un poco de todo. En esta sociedad globalizada que vivimos las diferencias son cada vez mayores. No es lo mismo nacer en un barrio rico de Londres, que en uno pobre de la periferia. En el primero se tendrá una educación elitista, mientras que, en el segundo, se irá si es posible a una universidad pública de mucha menor calidad. Resultado: los primeros tendrán muchas más posibilidades en la vida que los segundos. Por ese lado, la violencia tiene una explicación. Pero también, existe una segunda forma de ver las cosas: el consumismo. Muchos de los jóvenes que participan en estas protestas tienen un único objetivo: ser deportistas o cantantes de éxito. No ven en la educación una forma de acceder a una mejora en la calidad de vida. Todo se basa en tener la última marca de móvil, camiseta o coche. Y lo quieren conseguir de la forma que sea, incluso, como estamos viendo, a través de la violencia.

En España cuando se producen este tipo de algaradas, decimos directamente que son obra de los antisistema. Y, en buena parte, es así. Pero con un paro juvenil que roza el 60%, es decir, 6 de cada 10 jóvenes forman parte del desempleo; puede que un día la violencia no sea patrimonio exclusivo de los antisistema. Esto es, puede que, a diferencia de los de la foto tomada en Barcelona, ya no sólo quieran reventar una tienda para obtener unos vaqueros de marca; sino que nos quieran decir algo más.