Si algo nos había llamado la atención, por lo menos al principio de este confinamiento, es el silencio. Calles o avenidas vacías, plazas o parques sin bullicio y una sensación de falsa tranquilidad que impresiona. Eso sí, rota en algunas ocasiones por los vecinos desde sus domicilios. En estas circunstancias, nuestro Ayuntamiento ha ampliado el horario de la música hasta las diez de la noche. Lo ha hecho, no digo lo contrario, con buena intención. Es decir, para que quienes aplauden a las ocho, dan caceroladas a las nueve o se ponen a cantar rancheras a viva voz más tarde, en definitiva, no tengan problemas legales. Una de las respuestas ciudadanas a esta crisis sanitaria ha sido entretener a los demás cada uno con lo que puede. Hemos visto como muchas personas se ponen a hacer lo que saben -con mayor o menor fortuna, todo hay que decirlo- desde sus terrazas y ventanas. Tocar instrumentos, hacer de pinchadiscos o lanzarse a cantar. Repito: con mayor o menor fortuna. A mí me gustaría que alguno se lo pensara dos veces. Esto es, que valorase si su interpretación solidaria no es una tortura añadida al aislamiento que padecemos.
Sorprende también aquellos que arriman el ascua a su sardina. O sea, los que aprovechan esta tesitura para querer demostrar que tienen razón en sus planteamientos. Es el caso de la contaminación y el coche. Ante la paralización casi total del tráfico rodado nos dicen que los niveles de dióxido de nitrógeno en Gijón, por ejemplo, han bajado en un 65%. La verdad, resultaría increíble lo contrario. Con una ciudad que está encerrada en casa, ¿cómo no van a bajar los niveles de polución que los vehículos producen? ¿Es esta crisis válida para interpretar que el mundo posterior al coronavirus tiene que eliminar al coche de la faz de la tierra? Yo creo que no. También podríamos sacar esa misma conclusión al ver como las fábricas están paradas o a medio gas. Sin embargo, todos estamos deseando que vuelvan a producir. De lo contrario, el empleo y la economía sufrirán unas consecuencias tan terribles que no sabemos hasta dónde llegarán. Por tanto, si por cosas obvias empezamos a señalar objetivos cercanos a la utopía, en fin, mal vamos. En muchos pueblos estamos viendo como, ante la falta de gente en las calles, los animales salvajes campan a sus anchas. Pregunto, ¿debemos interpretar que hay que abandonar el mundo rural para que la fauna se recupere?
@balbuenajm