No cabe duda de que el coronavirus ha afectado a nuestra salud. De eso da buena fe el enorme número de fallecidos -aunque un día crezca y al otro mengue sin control aparente- que hemos tenido. También que la crisis económica ya la empezamos a notar con creces. Es decir, la mayoría de los negocios que reabren están cogidos con pinzas y luchando por su supervivencia. Ahora bien, faltaba una hecatombe política y eso es lo que hemos tenido esta semana. Al gobierno de Pedro Sánchez le ha afectado también un virus en la gestión de la pandemia. En lo interno y externo. De lo primero, sólo hace falta ver lo que pasó con el apoyo de Bildu en la última prórroga del estado de alarma. En un juego de trile impresionante, el círculo cercano a Sánchez engañó hasta sus propios compañeros, cuando decidió firmar un pacto para la derogación total de la reforma laboral del 2012. Resultado: nadie se fía del presidente de cara a renovar otra prórroga. Por otro lado, y en el plano externo, destaca el intento de tapar el informe de la Guardia Civil sobre las manifestaciones del ocho de marzo. La destitución del coronel Diego Pérez de los Cobos por «pérdida de confianza», junto con la dimisión del número dos por «falta de sintonía» con sus superiores, lleva al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, a estar en un brete. Solución: se anuncia una subida de sueldo a la Benemérita y punto.
Por todo lo anterior, el Ejecutivo tiene prisa por acelerar la desescalada. Esto es, que las fases vayan corriendo rápido para así pasar página a esto del Covid-19. No hay más que ver como, de repente, se acortan los plazos sin la opinión de los expertos. Si hablábamos de periodos de dos semanas entre cada una de ellas, ahora nos cuentan que con una sola basta. Si decíamos que el turismo tenía que estar en cuarenta nada más pisar suelo español, el uno de julio se pone en marcha una versión del «Bienvenido, Míster Marshall». Si se transmitía temor (incluso miedo) al ciudadano, en la actualidad se le anima a que recupere la normalidad (sin que sea nueva). Resulta obvio, pues, que el discurso del Gobierno es que esto se acabe cuanto antes. Entre otras cosas, porque ve el agujero negro económico que tiene encima, junto con la caída en picado de su credibilidad. Es dudoso que consiga un nuevo aval del Congreso, tiene a las fuerzas de seguridad enfadadas y a los ciudadanos empezando a salir a la calle. En resumen, todo un descalabro.
@balbuenajm