Jueves pasado a mediodía, aunque podía ser otro día cualquiera. Atasco en la avenida de la Costa en el tramo de Los Campos. Algo, por otra parte, bastante habitual antes de la pandemia. Coches parados y ciclistas que se adaptan a la situación. Imagen peculiar, por no decir dantesca, la que ofrecía el nuevo ciclocarril. Usuarios de la bicicleta haciendo eses por entre el tráfico para poder avanzar, junto con una sensación de peligro constante para quienes lo veíamos desde la acera. Imagen, como digo, premonitoria de lo que le espera a este invento, una vez que la ciudad vaya recuperando la normalidad (sin nueva). Nuestro concejal de Movilidad y Medio Ambiente, Aurelio Martín, decía hace poco en Canal 10 que se había elegido esta vía a propósito. Es decir, que se escogió a la avenida de la Costa por la gran cantidad de tráfico que tiene casi siempre, para probar las bondades de la convivencia entre conductores, bicicletas y patinetes. Pues bien, hechizo roto. Hace apenas una semana ya se produjo el primer accidente, cuando un ciclista fue atropellado en este vial. Afortunadamente, sin más consecuencias que un fuerte golpe. Los hechiceros de la movilidad pensaron que un Gijón medio muerto era ideal para reforzar sus teorías de erradicación del vehículo particular. Sin embargo, es recobrar el pulso y empiezan los problemas. Conclusión: a nadie se le ocurre meter a ciclistas y patinetes en una vía de alta capacidad, sin más límite que unas rayas pintadas en el suelo. Es de locos.
Modelo, según parece, que se quiere seguir imponiendo sin mayores miramientos. Las siguientes candidatas son Manuel Llaneza y la avenida de Pablo Iglesias con idéntico método. Dibujo en el suelo unas señales de treinta por hora y a correr. Si luego pasa algo, por supuesto, va a ser culpa de los coches. De tapadillo, como quien no quiere la cosa, durante estos días de confinamiento se ha ido adaptando la ciudad a la ordenanza de movilidad. Todo ello, pese a que está en periodo de alegaciones y fue contestada con 23.000 firmas presentadas. La idea, como ya hemos reiterado en esta columna, es bien simple: todo lo que tenga cuatro ruedas hay que perseguirlo. Como prueba, vean las reflexiones del propio Martín. Dijo que «el coche sólo se podía coger por necesidad». Y añadió, «no por ocio, no por dar un paseo, no para salir a tomar un vermú». Pregunto, ¿y por qué? ¿Quién es él para quitarnos esa libertad? ¿Acaso sólo vale para pagar impuestos?
@balbuenajm