Yo diría que dos son los retos que debe superar el pequeño comercio y la hostelería. En primer lugar, vencer el miedo de los potenciales compradores. Es de sobra conocido que un alto porcentaje de población recibe las noticias crudas. Esto es, sin masticar y basadas en criterios sensacionalistas. Dicho de otra forma: se ve más lo malo que lo bueno. Pese a que nuestra comunidad lleva diez días seguidos sin contagios -prueba inequívoca de que lo peor de la pandemia ha pasado- el temor a contraer la enfermedad en absoluto baja. Eso hace que el cliente vaya temeroso a las tiendas, o dude a la hora de probar cualquier artículo, máxime si ello implica ponerse algo encima. Incluso aunque las normas de seguridad sean estrictas (como en la inmensa mayoría de los comercios), el recelo o desconfianza sigue ahí, acechando como una sombra a la hora de dar el paso final hacia la adquisición de un producto o servicio. No cabe duda de que ese alto porcentaje de población del que antes les hablaba, intentará retrasar la entrada en los establecimientos hasta que vea (o le cuenten) la total derrota del coronavirus.
En cuanto al segundo, lo podemos resumir en la siguiente pregunta, ¿son rentables los negocios con la “nueva normalidad”? Desde luego, a duras penas. Las restricciones de acceso pesan como una losa. Piensen en la hostelería, sin ir más lejos. Tener que cumplirlas significa atender a menos clientes. Sí, ya sé que me dirán que se ha aumentado el espacio de las terrazas para compensar, ahora bien, no creo que sea suficiente. Por otra parte, sigo viendo a muchos establecimientos atendidos por sus dueños, o con la mitad de personal que tenían antes del virus. Lo cual, obviamente, significa que no pueden vender tanto como para volver a la situación inicial. Exactamente lo mismo que una tienda ya sea pequeña, mediana o grande; puesto que a todas les ha mermado la clientela con el Covid-19. Ojo, y a eso súmenle una inevitable caída del consumo. Es decir, que una buena parte de la población laboral siga en ERTE o haya pasado directamente al paro, implica que no podrán comprar. Restringirán gastos o aplazarán decisiones, en el mejor de los casos. Por tanto, no es sólo que haya mermado la gente, sino que tienen menos dinero o ninguno. Se avecina un otoño e invierno duro. Esperemos, como ocurrió en 2008, no tener que volver a ver en las calles aquellos cementerios comerciales, llenos de locales vacíos.
@balbuenajm