El pasado 4 de octubre el Principado decretaba la alerta naranja en Gijón por sorpresa y de sopetón. El anuncio nos dejó a todos atónitos por dos motivos. El primero, porque no pensábamos que estábamos tan mal (y así era) y segundo, porque no sabíamos muy bien qué significaba eso (y seguimos si n saberlo). Decía el gobierno asturiano que sólo era un toque de atención a la ciudadanía. Esto es, un aviso a la hora de extremar las precauciones para que el virus no fuese a más. El 24 de octubre nos encontramos con el cierre perimetral de la ciudad, junto con Oviedo y Avilés. Había en ese momento 352 casos de coronavirus por cada 100.000 habitantes y la medida empezó a generar contradicciones. Es decir, los vecinos de la zona rural podían venir a trabajar a la urbe sin ninguna limitación, por ejemplo, y luego moverse libremente en el paraíso natural. Los de la zona urbana, en cambio, todo lo contrario: ni entrar, ni salir. Al final, no sin polémica entre nuestra alcaldesa, Ana González, y el presidente asturiano, Adrián Barbón, se acabó confinando todo el concejo. A partir de hoy este encierro que tenemos se prorroga hasta el 18 de noviembre. En la actualidad, nuestra tasa de contagio está rondando los 800 casos. Incluso durante estas dos semanas que llevamos del confinamiento gijonés, llegamos a casi triplicar esa tasa inicial. No sé, piensen si este aislamiento del resto de Asturias ha servido para algo. Piensen si mucha gente (sobre todo mayor) no estaría más cómoda y segura en su casa de aldea.
Mientras tanto, los gijoneses fluyen como el agua. Exactamente igual que un líquido al que se le impide una salida y busca otra. La marea humana formada por jubilados, pensionistas, parados, trabajadores en ERTE, hosteleros y comerciantes no esenciales; transitan a diario por la ciudad. Unos por simple ejercicio y otros para protestar. El Muro a colorines o los parques se han convertido en el epicentro del movimiento ciudadano. El Principado recomendó esta semana un autoconfinamiento domiciliario voluntario e incluso fijó franjas horarias para el paseo en función de la edad. ¿Creen que alguien les hará caso? Ni mucho menos. La gente seguirá fluyendo, insisto, porque intuye un encierro domiciliario. Prefieren mover las piernas, aunque no tengan que ir a ningún lado, antes de que les impidan salir de casa. Algo que acabará llegando, sin duda, por más que desde Madrid nos diga que hay que esperar.
@balbuenajm