En cierta manera, lo de las manchas de carbón en San Lorenzo nos retrata. Dice mucho de nosotros a la hora de resolver los problemas. Como saben, periódicamente llega a nuestro arenal una oleada de este mineral que lo tiñe de negro. Vamos, lo deja casi como si fuese una de esas antiguas pizarras de los colegios. Durante muchos años hemos escuchado una versión oficial que lo atribuía siempre al mismo origen: el Castillo de Salas. Ya saben, ese buque que se hundió repleto de carbón en 1986 delante de nuestra costa. La sabiduría popular -en ocasiones, bastante más acertada que cualquier fuente gubernamental- nunca acabó de creérselo del todo. El gijonés de a pie miraba con recelo a los diques del Musel y presentía que ahí estaba el meollo de la cuestión. Es decir, el tizne provenía de la descarga de este material que nuestro puerto realiza en millones de toneladas. Sin embargo, fueron pasando los años y asumimos que con la llegada de los temporales la playa iba a cambiar de aspecto, por culpa de aquel desastre medioambiental ocurrido en el siglo XX. Eso hasta que en octubre del año pasado nuestro Ayuntamiento y el antiguo Instituto Nacional del Carbón (Incar) firmaron un convenio. Desde entonces, se comenzaron a analizar las muestras recogidas en la arena viendo que eran incompatibles con el pecio hundido. En resumen, la actividad granelera del Musel es quien genera mayoritariamente estas manchas. El informe del Incar presentado el jueves en la Casa Consistorial no puede ser más concluyente. Ahora ya no cabe ninguna duda.
Digo que nos retrata por una sencilla razón: hemos tardado décadas en certificar la causa y tardaremos otro tanto en solucionarlo. No sé, ¿ustedes creen que si esto mismo sucediera en la playa de La Concha (San Sebastián) hubiesen estado mareando la perdiz? En otros lugares, ¿estarían dándole vueltas al tema en base a especulaciones o habrían actuado en base a un informe científico que nosotros acabamos de recibir? Fíjense como será la cosa que hasta tenemos una pequeña explotación minera bajo la arena. Informan en el Incar que hay una capa de carbón a 45 centímetros de profundidad. No sé, va a ser cierto lo que decía la tonada asturiana: «La mina de La Camocha dicen que va bajo el mar». En este caso, bajo el arenal de San Lorenzo, por la desidia a la hora de afrontar un problema medioambiental que afecta al símbolo por excelencia de Gijón. Repito: eso solo puede pasar aquí.
@balbuenajm