ETA ya no era el centro de atención de la vida pública. La sociedad, poco a poco, le había adjudicado un papel secundario. Cada encuesta sociológica así lo demostraba: aparecía en cuarto o quinto lugar en las preocupaciones de los españoles. En días como hoy eso se ve. La noticia del cese definitivo de la lucha armada, por supuesto, ocupa titulares, pero no es la más leída en los digitales. Otras, preferentemente relacionadas con la crisis económica, se llevan la palma. A mí me parece que el comunicado es el principio del fin. De una banda que lleva más de 800 asesinatos encima no se puede esperar declaraciones sin ambages, sin la retórica habitual. Dicen, por ejemplo, que la autodenomina Conferencia de Paz ha fomentado el clima ideal para este comunicado, sin embargo, la presión policial y repudia de sectores más próximos son las verdaderas razones. En este sentido, el que se emplace a los gobiernos español y francés a sentarse en una mesa no deja de ser un ejercicio de fanfarroneo. Saben de sobra que eso no va a pasar, ¿o alguien ve a Zapatero y Sarkozy negociando con terroristas? A ETA le gusta la parafernalia. No quiere que su entorno sienta el sabor de la derrota. Tiene que hacer las cosas así: como si fuesen el centro del mundo. A la postre, en un proceso de este tipo lo importante es el fin y no los medios propagandísticos. Si quieren pintar la derrota así, con capuchas y puños en alto, allá ellos. La historia nunca hablará bien de ETA.