Vamos a centrar el debate sobre El Muro. Aquí no estamos discutiendo quitarle ninguna prioridad al peatón. O sea, que pierda espacio en favor de cualquier medio de transporte. Tampoco volver a los años sesenta o setenta del siglo pasado con los Jardines de la Reina o la calle Corrida atestada de coches, como muestran las imágenes que difunde IU para defender sus políticas de movilidad. No se trata de eso, ni mucho menos. Resulta evidente que la peatonalización de las ciudades es una tendencia europea (casi mundial) y nadie, repito, quiere ir al revés. Más bien, todo lo contrario. Sin embargo, lo que está pasando en Gijón desde hace tres años va más allá de cualquier movimiento racional. Principalmente, porque no se quiere reconocer al vehículo particular como una forma de movilidad y se le considera el enemigo público número uno. Es más, todas las políticas efectuadas hasta la fecha van hacia su erradicación. Ojo, no a que ceda espacios como sería lo normal, sino a que directamente desparezca de la faz de la tierra. Algo que, quiero recordar, ninguno de los planes municipales aprobados por el Consistorio ha conseguido. Entre otras cosas, porque para muchos ciudadanos -en su trabajo o vida diaria- sigue siendo un medio de transporte muy útil. Digamos, pues, que debería considerarse al coche como una opción que seguirá vigente para los gijoneses. Quizá en menor medida, claro, pero que resulta imposible eliminar de un plumazo.
El diseño de El Muro que se presentará mañana tiene que reflejar a la fuerza esta realidad. Es decir, adoptar el sistema de doble sentido circulatorio pleno, cerrándolo en fines de semanas, festivos o cuando sea necesario. Lo contrario es condenar a muchos ciudadanos (sobre todo de la zona rural) a tener que dar rodeos y colapsar otros barrios o vías circulatorias. Insisto, nadie está en contra de «verdificar» el paseo, disponer de aceras más anchas o que haya zonas para juegos. Simplemente, que se reconozca el derecho (la necesidad, diría yo) de muchos gijoneses a transitar por El Muro de forma rodada. Por cierto, a cuenta de la sentencia condenatoria del «cascayu» sorprende quién tuvo que aguantar el chaparrón: el concejal de Obras Públicas, Olmo Ron. Del autor físico e intelectual del invento, el edil de Movilidad, Aurelio Martín, nada se supo. Tal parece que se lo hubiese tragado la tierra. Como dice el refrán, unos cardan la lana y otros…
@balbuenajm