Anda el mundo de la cultura asturiana -o al menos una parte de ella- bastante revolucionado. Los cambios, digámoslo así, no le gustan. Consideran que política y cultura no tienen que ir ligados, eso sí, siempre que el enemigo ideológico esté gobernando. En cambio, cuando lo hace el amigo, el que los mima en forma de subvenciones y prebendas; entonces sí, en ese caso puede destituirse a todo el mundo que no pasa nada. Digo todo esto por cosas como las que se ven cuando se discute, no sé, la Semana Negra de Gijón, su festival de cine, o el propio Centro Niemeyer de Avilés. Muchas veces, en nuestro paraíso natural, parece como si la cultura estuviese secuestrada. Esto es, unos señores deciden su concepto bajo el siguiente criterio: si lo hago yo vale, si lo hacen los demás no. Me refiero a casos tan claros como, por ejemplo, el de la Semana Negra gijonesa. A su alrededor ha creado un áurea cultural fuera de lo común, evitando así, claro está, hablar de que la gente va masivamente a ver la parte ferial. A la fundación del ex Centro Niemeyer le pasaba algo parecido. Poco menos que creía ejercer sus funciones como el absolutismo francés: la cultura soy yo. Tal parece como si, nadie, después de ellos, supiera hacer una programación.
En Gijón, ahora le toca el turno a su festival de cine. Ni se habla del nuevo director, ni de su equipo directivo. Todo se centra en la destitución del antiguo que estuvo en el cargo 16 años. En fin, a mí me parece que en el mundo cultural la renovación también es buena. Sin embargo, en nuestro paraíso natural, insisto, el concepto de cultura está tan enraizado ideológicamente en la izquierda que tal parece como si fuera parte suya.