Si uno va a una entidad financiera, a poco que se fije, verá un catálogo bastante gordo rodando por el mostrador. Es el de los pisos e inmuebles que tienen para vender. Si hacen por ojearlo se encontrarán con que, los empleados de la sucursal, preguntarán de inmediato por su interés. Y a poco que lo muestren, le llevarán directamente a hablar con el director. Éste, hasta con cierto placer, les invitará a sentarse en su despacho para dedicarle tiempo. Les dirá que el banco o caja desea vender a toda costa para terminar susurrando en voz baja: «Ah, y para éstos sí hay crédito». Si siguen profundizando en la, llamémosla así, ruta inmobiliaria de la banca, se darán cuenta de dos cosas. Una, los inmuebles que presentan son en su mayoría de baja calidad. Y dos, están fuera de precio. A la hora de negociar se encontrarán con una resistencia fuera de lo común. Hasta podrán –como yo he visto- proponerle el cambio de la cocina o baño del piso a comprar antes que rebajarle un euro.

La reforma del sistema financiero que ayer propuso el ministro de Economía, Luis de Guindos, trata precisamente de eso: de forzar la venta de todo el ladrillo de las entidades. Subiéndoles las provisiones a dotar, o lo que es lo mismo, restándoles beneficios; se intenta realizar activos inmobiliarios de valor más que dudoso en  los balances. ¿Cuál va a ser el efecto de dicha medida en el mercado? Pues, simplemente, que aumentará mucho la oferta con necesidad de vender lo que tenderá a bajar el precio. ¿Significa esto que van a aumentar las posibilidades de que fluya el crédito? No, habrá el que quieran para sus inmuebles, y prácticamente cero para el resto. La ley del embudo.