En este contexto, todos tenemos un motivo por el que protestar. Al que no le han bajado el sueldo de forma pública o privada, está en paro. Hay quien lo está pasando mal para llegar a fin de mes y apenas puede pagar la hipoteca, mientras ve cómo las redes de corrupción asolaron este país en los años de bonanza. También quien tenía un negocio que se le ha ido a pique, mientras el sistema financiero recibe ayudas a tutiplén para una más de sus reformas. En definitiva, el descontento y la ira forman parte de esta crisis. Ahora bien, lo que está sucediendo en Valencia con estudiantes de instituto merece, ciertamente, un comentario. Protestan por el deterioro de la enseñanza – a lo cual, lógicamente, tienen todo el derecho- pero lo que está quedando son las batallas contra la policía. Ésta dice que dentro de los manifestantes había elementos «radicales y violentos». Algo, claro está, que puede pasar en este tipo de movimientos juveniles aprovechados por los antisistema  peligrosos. Para mí, lo más curioso es que alguien lo ha llamado la «primavera valenciana», en un símil con lo que está pasando en los países árabes. Y, francamente, creo que no tienen nada ver: el primero pretende la mejora de un sistema educativo, el segundo, ni más ni menos, que la libertad. Somos muy dados a bautizar rápidamente a cualquier manifestación en la calle, más que nada, porque forman mucho ruido y alarma social. Al final, hay que ver siempre lo que subyace en el fondo y sabremos si el rey está o no desnudo. Es decir, si existe algo consistente dentro de las protestas o son, simplemente, ganas de tomar la calle. Por cierto, ¿qué fue del 15M?